lunes, 29 de septiembre de 2014

TRINIDAD GAN. PAPEL CENIZA.

Papel ceniza
Trinidad Gan
Ediciones Valparaíso
Granada, 2014


ANDÉN VACÍO
 

  Tras una primera entrega, Las señas del pirata, en 1999, en el discurrir de los últimos años y en un tramo temporal muy breve, han visto la luz pasos referenciales del camino creador de Trinidad Gan (Granada, 1960), avalados por importantes premios literarios. El que ahora nos ocupa,  Papel ceniza, editado en el sello Valparaíso, es la quinta salida y da continuidad a un itinerario figurativo, que busca materiales literarios en lo cotidiano y en los estados vivenciales del hablante lírico, como si contempláramos el sosegado crecimiento de un diario íntimo en el que se constata un azaroso registro de incidencias.
   Versos de Luis Cernuda y de Javier Egea abren el horizonte del poema inicial, “La secuencia”, un texto en el que hallamos indicios claros del dictado estético de Trinidad Gan. En él prevalece un enfoque narrativo, las confidencias sosegadas de una voz omnisciente que busca objetividad y distancia frente al yo biográfico, y hace la crónica de un emplazamiento en el ahora. Asistimos a un pautado encadenamiento de acciones, un hilo de causas y efectos que articula la tensión y resuelve el conflicto. Cada sujeto es protagonista obligado de un devenir temporal; ha de tener conciencia de su estar transitorio. Su estela es fijada por las palabras con una caligrafía tenue, cuyos trazos se amortiguan en la distancia.
  Los versos nacen a partir de esa percepción del entorno que adquiere sentido en el decir. La voz da cuenta del cúmulo de ausencias y de pérdidas, suena a elegía, y preserva el retrato del pasado con signos escritos que lo mantienen despierto. Con aire de amanecida, las imágenes retornan, se asientan en nuestras pupilas y van reconstruyendo las formas al paso, como apariencias cercanas y tangibles. Nunca despejan del todo la sensación de soledad e intemperie. La luz parece ajena, como un rumor de pasos que resuena lejano en la distancia de cualquier laberinto urbano.
   Entre los poemas iniciales resalta por su calidad y autonomía “El fugitivo”. En sus versos habita un yo superviviente, un viajero que llega desde otro tiempo para olvidar la noche y despejar el frío que destila cualquier andén abandonado, mientras evoca un tumulto de imágenes en fuga.  No es el único texto que hace de la soledad motivo para una reflexión indagatoria. En las distintas secciones percibimos con frecuencia un hablante lírico que guarda entre las manos una única certeza: la realidad nunca confirma sueños, solo crea espejismos y obliga a guardar el equilibrio sobre la cuerda tensada por la incertidumbre. Y el tiempo va acumulando en ese deambular una cosecha reiterativa y maltrecha  en la que suena la voz del silencio. El avance titubea, como quien extiende las manos en la oscuridad y busca un rumbo nuevo. También hay hueco para la esperanza y para hacer del amor una orilla habitable. El deseo descubre un cuerpo por leer a plena luz del día.  
  En Papel ceniza Trinidad Gan nos deja una articulada meditación sobre lo contingente. La poeta convierte la evocación en latido del verso; lúcida y emotiva sabe que cualquier interpretación de la realidad es cuestión de palabras. Los sutiles efectos de lo vivido también, son simples hojas sueltas de un cuaderno gastado, papel ceniza hecho precariedad, renglones desvaídos donde el pasado deja constancia de que el yo es fragmentario y está hecho de teselas sueltas.

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