Tala Fotografía de Javier Cabañero Valencia |
Puentes de papel
José Luis Morante
viernes, 29 de marzo de 2024
ÁRBOLES QUE DEJAN VER EL BOSQUE
jueves, 28 de marzo de 2024
JAVIER RECAS. EL ARTE DE LA LEVEDAD
El arte de la levedad Javier Recas Cypress Cultura Colección Scripta manent Sevilla, 2021 |
FILOSOFÍA LACÓNICA
La entrega El arte de la levedad clarifica su aportación con el subtítulo Filosofía del aforismo y una introducción que muestra el lúcido conocimiento de esa relación natural entre el aforismo, que aspira a la verdad, y el quehacer poético. Como insólitos misterios expresivos, escurridizos y complejos en su definición, nacen así las perdurables “islas de sentido entre dos silencios capaces de abrir nuevos horizontes, de movernos y conmovernos, de evocar y provocar, para entregarnos, tras el inicial deslumbramiento, el testigo de la reflexión” (P. 7). Comenta también el escritor que el diseño interno ha optado por acompañar las argumentaciones con una amplia colecta paremiológica, que hará más diáfana la trama, alejándola del púlpito académico. La espigada selecta de Javier Recas refrenda el norte del discurso crítico con admirable intensidad. Se convierte en una estela de sabiduría en el tiempo, cuajada de precisión y belleza tonal, que hace del aforismo “una inquebrantable voluntad de verdad, de concisa y desnuda verdad, intensa, provocadora, inquietante, radicalmente distinta del discurso argumentativo” (P.45).
También esbozado en las líneas prologales, el recorrido de El arte de la levedad elige, para el estudio del pensamiento discontinuo, ocho sendas interrogativas básicas, secuenciadas en ámbitos autónomos. El análisis de la parquedad es el estrado de superficie de “En los márgenes del silencio”. En el avance alumbran otras indagaciones meditativas. Así sucede con el silencio, íntimamente asociado a la desnudez extrema del aforismo. De la entidad del silencio, emerge en el primer capítulo un amplio espectro de posibilidades significativas. La palabra no pierde su fuerza cuando se hace generadora mudez, sino que adquiere carácter insondable.
La obra valora, en segundo lugar, el modelo epistemológico, la carga conceptual del aforismo como campo verbal autosuficiente, capaz de diseñar en el despliegue una totalidad de sentido. Javier Recas no deja al margen los aforismos de extracción, tramos verbales espigados de obras mayores, cuyo despiece se ha convertido en “flores cortadas”, desgajadas por su expresividad sapiencial y plenitud expresiva. El capítulo “Cien rostros” es una galería donde se expone la diversidad del decir breve, esa superación del molde único para pluralizar codificaciones que expanden límites formales. El aforismo adquiere un carácter mutable; personifica un espíritu híbrido. El impulso creativo ha presentado una contundente variedad de registros, aunque preservando con fuerza su núcleo filosófico. Esta evolución hasta la modernidad constata la pérdida del alarde sentencioso y el aumento del ropaje subjetivo; más que una verdad universal con voluntad de ser “un enunciado con pretensión de universalidad e intemporalidad”, el aforismo intenta resolver las incógnitas existenciales del yo concreto.
El valor cognitivo del aforismo acostumbra a mostrar en su superficie un epitelio poético. Del examen de esta cuestión se encarga el capítulo cuarto “Verdad poética”, que muestra una terna de perspectivas en torno a la condición lírica. Focalizar la relación entre filosofía y poesía requiere una tolerante lucidez porque los términos conjugan discordancias. El pensar filosófico se desvela desde el logos y la razón instrumental, en tanto la poesía, como machadiana palabra en el tiempo, es fundación del ser y forma de conocimiento desde el verbo.
La tarea exploradora del género en su búsqueda de un persistente fondo semántico, se desarrolla en el apartado “Cargas de profundidad”. La aparente naturaleza simple del decir breve, anuncia plenitud; como afirmaba Porchia “Lo hondo visto con hondura, es superficie”. La profundidad resulta compleja, requiere una agudeza sutil que no pierda la concisión e impulse la búsqueda; por tanto, es una actitud asociada al autoconocimiento, capaz de traspasar el epitelio de lo cotidiano y adentrase en ese sustrato velado del yo interior. Del despertar auroral de lo diáfano trata el capítulo “El embrujo de lo liviano”, capaz de moldear una contemplación estética de alcance desde la arquitectura verbal del aforismo. La humildad no resta, porque guarda un misterio intangible, pleno de sensibilidad y magia interna, que se hace escaparate de madurez. La sección “Vinos secos” emplea un símil ajustado para definir el trayecto vital como un curso bajo en la decepción y el vacío; el tiempo acaba calcinando las emociones, se hace vino seco que amarga el paladar y grava su acidez en la garganta; esa certeza crepuscular está presente en la tarea aforística de muchos clásicos que han convertido al aforismo en lacónica queja final; la vida es pasajera, devalúa posibles utopías y marca un precio de cierre que cabe en la ceniza.
La herencia meditativa del decurso aforístico en el tiempo histórico ofrece a Javier Recas un contenido que se convierte en sólida cimentación. El lector queda en suspenso ante el rescate sabio que muestra el cielo en calma de lo perdurable. Los máximos predecesores de la actual eclosión del aforismo reverdecen logros y ponen sus relámpagos de lucidez para que aprendamos, como sugería Eliot, a decir lo justo y contemplar lo bello.
La lógica de El arte de la levedad, que ubica como coda una trabajada bibliografía monográfica, capaz de recomponer grietas de un persistente vacío teórico, forja un mirador representativo. Su arquitectura integra sondeos conceptuales y el fluir de voces con sensibilidades asistemáticas, tradiciones experienciales diversas y contenidos heterodoxos. Javier Recas nos deja frente a un mar abierto; contempla con gozo el mediodía de un género, empeñado en el quehacer humilde de la agudeza. Ante el fragmentario litoral del mundo, se trata solo de percibir destellos.
JOSÉ LUIS MORANTE
miércoles, 27 de marzo de 2024
ESPEJISMOS DIGITALES
Pórtico de San Vicente (Ávila, 2024) |
ESPEJISMOS DIGITALES
Descubro a diario que la
comunicación digital es una tierra pequeña donde no cabe nadie. Los mensajes
privados crean una sensación de cercanía aparente, dibujan trampantojos que alumbran una mirada
cómplice, dispuesta a abrir la conciencia a los desconocidos, como si fueran
protagonistas de una relación real, cimentada en el tiempo. Todo es falso, un
espejismo que siembra de inmediato la tachadura, la decepción, el bloqueo. De pronto el ocaso. Al otro lado no hay
nadie. Solo un frío de nieve que no quema las manos.
Notas sueltas.
lunes, 25 de marzo de 2024
TRAS EL INVIERNO
sábado, 23 de marzo de 2024
MIGUEL CATALÁN. EL ÚLTIMO PELDAÑO
El último peldaño (miscelánea) Miguel Catalán Edición de María Picazo y José Luis Morante Editorial Verbum Madrid, 2022 |
A MODO DE PRÓLOGO: ENTRE NOSOTROS
José Luis Morante
viernes, 22 de marzo de 2024
LABIOS MUDOS
Ausencia Archivo General de Internet |
LABIOS MUDOS
Un día propició una sonrisa estática y un exilio continuo. Quería liberarse del marasmo estridente de la vida social y sus mentiras. Ahora se aplica a diario en descubrir, entre las largas avenidas del tiempo, identidades deshabitadas, solitarios sin nadie dentro. Le gusta imaginar los labios mudos; esa unidad de estilo donde vive el oculto poema del silencio.
jueves, 21 de marzo de 2024
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER. POESÍA ERES TÚ
Gustavo Adolfo Bécquer Retrato, 1862 Museo de Bellas Artes de Sevilla Valeriano Bécquer |
POESÍA ERES TÚ
(Pervivencia de Gustavo Adolfo Bécquer)
Todavía nos gusta dibujar el perfil de Gustavo Adolfo Bécquer a base de rasgos sentimentales y románticos, con una fisonomía al gusto de adolescentes enamoradizos; y sin embargo el poeta nacido en Sevilla en 1836 es uno de los núcleos centrales del canon que sedimenta en la modernidad. Así lo entiende Luis García Montero, autor del ensayo Gigante y extraño, una edición crítica de las Rimas. El trabajo desvela claves de la estética becqueriana y deshace el orden tradicional de la edición póstuma de 1871 que prologara Ramón Rodríguez Correa, amigo del poeta y autor de una emotiva semblanza. Prefiere seguir el manuscrito de El Libro de los gorriones, descubierto en 1914 por el hispanista alemán Franz Schneider entre los fondos de la Biblioteca Nacional de Madrid. Este acercamiento a Bécquer cuenta con autorizados precedentes: Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Rafael Alberti o Luis Cernuda dieron fe de la sólida arquitectura de una lírica singular. Así lo corroboran estudiosos becquerianos como Dámaso Alonso, Rafael Montesinos, Rusell P. Sebold, José Luis Cano, Juan Manuel Díaz Taboada o María del Pilar Palomo.
El romanticismo define su significado histórico a lo largo del siglo XVIII en dos ámbitos principales, Alemania e Inglaterra. En ellos se gesta un espíritu que adquiere en su expansión una peculiar orografía. La mentalidad romántica en su ambivalencia se define desde el ser individual; el yo subjetivo aporta el discurso de su imaginación, se sabe finito y transitorio y no duda en contemplarse a si mismo desde la ironía. Este modo de pensar sobrevuela la realidad y mantiene ante el hecho social una postura ambigua al defender la autonomía del arte, una coartada para la evasión y el conformismo. Los manuales literarios suelen atribuir a nuestro país una aportación modesta al devenir creador del periodo con tres románticos de interés: Larra, Espronceda y Zorrilla. Gustavo Adolfo Bécquer sería un romántico rezagado que nos entrega su cosecha literaria en medio de la vitalidad conflictiva del realismo. El itinerario biográfico estuvo marcado por la adversidad. Huérfano desde niño, estuvo tutelado por Manuela Monnehay, en cuya biblioteca comienza su acercamiento al libro. Son esclarecedoras las referencias a este periodo en las Cartas desde mi celda: “ Cuando yo tenía catorce o quince años y mi alma estaba llena de deseos sin nombre, de pensamientos puros y de esa esperanza sin límites que es la más preciada joya de la juventud; cuando yo me juzgaba poeta, cuando mi imaginación estaba llena de esas risueñas fábulas del mundo clásico, y Rioja, en sus silvas a las flores; Herrera, en sus tiernas elegías, y todos mis cantores sevillanos, dioses penates de mi especial literatura, me hablaban de continuo del Betis majestuoso…”. Importante también en este momento fue la amistad con Narciso Campillo, con quien comparte inquietudes, pretensiones y dudas pues en este momento juvenil se mira en la tradición familiar y no sabe si decantarse por la pintura, como su padre, su hermano Valeriano o su tío Joaquín, o las Humanidades. Con Narciso Campillo había escrito un drama precoz, Los conjurados, que llegaría a representarse en las aulas del Colegio San Telmo. Es en Madrid donde entabla contactos personales que lo conducen al periodismo hasta su primera enfermedad en 1858. Su amor por Julia Espín inspira algunos poemas y textos en prosa, pero se casa con Casta Esteban, aunque la convivencia es agria y se rompe ocho años más tarde. Es un periodo de variado quehacer laboral y estabilidad económica, gracias sobre todo al apoyo del ministro González Bravo.
Las Rimas representan la cota máxima de la obra becqueriana. Se escriben entre 1857 y 1861 y ejemplifican el carácter peculiar y personalísimo de la voz del poeta sevillano. El manuscrito original fue entregado por el autor al periodista y político Luis González Bravo que se había comprometido por amistad personal a escribir el prólogo y a promover la edición. La contingencia histórica del momento es conocida; el político moderado que había sido ministro de gobernación en el gabinete de Narváez es nombrado a la muerte de éste presidente del Consejo por lo que la revolución de Septiembre que propicia la caída de Isabel II le obliga a salir de Madrid y a elegir como Burdeos como lugar de exilio. Estos hechos originan la pérdida del manuscrito y obligan al poeta a recomponer las rimas en el Libro de los gorriones, donde conviven con otros proyectos literarios, la Introducción sinfónica y el fragmento La mujer de piedra. El orden de este libro se altera en la edición póstuma financiada por los amigos del poeta que sirve de base a la ordenación tradicional, hecha con evidente afán didáctico. Luis García Montero defiende el orden del Libro de los gorriones porque desarrolla de manera directa la trabazón original de las composiciones ideada por Bécquer. Para Luis García Montero: “Las Rimas de Bécquer no sólo significan una depuración de las galas sentimentales y los excesos de la lírica romántica española. Suponen también la primera indagación inteligente sobre el sentido de la poesía lírica en la sociedad contemporánea. Bécquer descubre la velocidad y busca un estilo para fijar la raíz de la palabra poética en el vértigo”[1]
La escritura desconfía del delirio emocional, “cuando siento no escribo” y obedece a una brújula compositiva; la experiencia se aposa y se transforma en memoria coherente, condensa elementos para posibilitar una elaboración sobria y esencial, con valor estético. Como escribiera en la “Introducción sinfónica”: ”Entre el mundo de las idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra”. La estela de Bécquer permanece transitada porque incorpora a la tradición un sentir inteligente, un ideario expresivo que sirve como referente a magisterios del 98 como Unamuno y Machado, y prosigue en los albores del siglo con Juan Ramón Jiménez, para integrarse en la nómina del 27 de la mano de Alberti, Lorca o Cernuda. En todos hallamos la mano de nieve del artista, un pacto entre realidad e ideal formulado con el escueto timbre de la palabra necesaria: “no se debe escribir sino cuando el espíritu siente la necesidad de dar a luz lo que se ha creado en las entrañas”.
[1] En Gigante y extraño. Las Rimas Gustavo Adolfo Bécquer, Luis García Montero, Barcelona, Tusquets, 2001, pág. 19.