lunes, 28 de febrero de 2011

REGISTRO DE ERRATAS



   La errata es inherente al universo de la literatura. Su presencia se puede considerar desde  posiciones extremosas: como si fueran catástrofes naturales cuyos efectos arruinan el texto, o como si fueran asuntos secundarios que no merecen más que un leve suspiro de decepción y un asentimiento resignado.
   Hay erratas reflexivas que exigen una somera indagación de su significado y hay erratas hilarantes que son la mejor terapia para el encogimiento de ánimo. Así que me animo a presentar erratas reales o imaginarias que he ido acumulando en los últimos meses de lectura:

“cristales transparientes”
(Permiten vislumbrar cuando se acercan a casa la familia y  los desconocidos)

“Luis Alberto de cuenca”
( No sé si se refiere a la cuenca del Tajo o a la del Guadiana)

“Poemas de Miguel Dos”
(siempre está bien que la escritura de un poeta valga el doble)


“elegido y antologazo”
(Recibió, supongo, un golpe con alguna antología voluminosa, sin duda editada por SIAL)

“un ramo de rosas y violentas”
( Las rosas emplearon sus espinas en defensa propia)

“tiende al reducionismo”
( La errata predica con el ejemplo y reduce letras)

“ te mando la versión correjida”
(Mensaje de un corrector de ojo estático)


“un adolescente des consolado”
(Suspendió el trimestre y los padres prohibieron el uso de la consola)

“el cilindro, el coño y la esfera”
(Nuevo cuerpo geométrico genital)

“empleados del sector púbico”
( A saber en qué oficio)

 Como cierre, adjunto las variables de mis erratas nominales:

José Luis Morientes
(Sin duda por mi confesa afición al Real Madrid)

José Luis Orantes
(Mi yo en el mundo del tenis)

José Luís
(Con acento autonómico)

José Luis Morente
(Si estoy con la guitarra cerca)

José Luis Morantes
(Siempre hubo un antes y un después)

José Luis Morante de la Puebla
(Mi apellido taurino)

domingo, 27 de febrero de 2011

UNA CANCIÓN PARA SEGUIR

                                                      THE BLACK ALBUM (1991)

   Con el tiempo una canción se convierte en hábitat estable de la memoria, se vuelve patrimonio afectivo, condensa las coordenadas vitales de una época, se llena de vivencias que no pierden la sensibilidad originaria. Así me sucede con la balada “Northing else matters” que la banda Metallica editó en su Lp “The black Album” en 1991 y que a lo largo de todos estos años he escuchado con obstinación y alevosía en distintos formatos: vinilo, cassete, cd, y ahora el video que colgé ayer en la entrada de “Puentes de papel”.
   La vibrante melodía tiene un aire clásico y admite bien el arreglo orquestal, como un tipo heavy puede lucir con aire de domingo una corbata de seda comprada en alguna tienda del barrio de Salamanca. La clave está en la voz del solista, en ese tono ronco que se impone al rasguear de las guitarras y estremece como un grito en espiral, como el vaivén del  mar de Paul Valéry, siempre recomenzando.
   La música completa un diálogo emotivo que tiene su raíz detrás de la palabra. No sé inglés y no conocí la letra hasta mucho más tarde. No fue necesario; cada vez que oigo el tema siento que la canción me pertenece, como un libro dedicado, como una carta manuscrita, como los grabados, las plumas y los cuadernos blancos. Nada más importa.

miércoles, 23 de febrero de 2011

POEMA PARA IRENE

                                      (Irene en Ávila)


Acerca del sueño
                       
              a mi hija Irene

I
     
Qué es el sueño, preguntas,
con la abrumadora ingenuidad
de quien me presupone una respuesta.
Y yo salvo el escollo
modulando una frase convulsa
en la retórica de los desconciertos.
Te digo: el generoso don
que la fatiga obtiene de la noche,
una brizna de luz escalando la sombra,
el envés de una historia
cotidiana y absurda;
tú misma, hija mía,
cada palabra tuya, cada gesto.
No sé si el sueño
es potestad del hombre
o comparten los sueños animales y cosas.
Ignoro de igual modo qué hilo teje
su textura de seda,
qué alzada confabula
su hermética apariencia
o qué brújula guía
la estela de sus viajes.
Sé que hay sueños tristes y gozosos,
oscuros y diáfanos,
ocasionales y obsesivos;
sé también que hay sueños tan hermosos
que el tiempo los indulta y perseveran,
y no envejecen nunca.

II

Hay sueños que una noche
consumen su existencia
y otros que se prolongan con los días.
Simulan los primeros
una especie común de lepidópteros
y acaban siendo pasto
del trastero y del polvo,
como un experimento vanguardista.
Levísimos planetas alumbran los segundos,
como estrellas fugaces que convocan
múltiples y azarosas travesías.
Ante nuestra mirada sus figuras componen
un paisaje celeste,
intangible materia en sereno reposo,
donde habita la luna del deseo.

                 (Mapa de ruta, pág. 52)
                                  

martes, 22 de febrero de 2011

EL DESTINATARIO IDEAL


En los años sesenta-setenta del pasado siglo, cuando la dictadura consumía su última etapa, la educación en los internados religiosos y en las familias de clase media tendía al formalismo clásico. Era un rito de obligado cumplimiento.  Por encima de otros afanes, se valoraba la disposición generosa hacia el otro. Había que levantarse del pupitre cuando el profesor entraba en el aula y dar los buenos días o las buenas tardes;  si se recibía algo (no importaba qué) era preciso formular con una sonrisa nuestro agradecimiento; en los transportes se cedía el sitio siempre a mayores, embarazadas o adultos; y era de cajón que toda pregunta gestual debía tener una respuesta efectiva.
Conservo todavía muchos rasgos de aquel manual urbano adolescente y procuro aplicarlos a cada uno de mis comportamientos cotidianos. También a mis envíos de libros que siempre buscan un destinatario ideal.
De los envíos a amigos espero el acuse de recibo o la pertinente llamada telefónica para comentar circunstancias e impresiones de alguna página o coleccionar asentimientos y reparos.
De los envíos a críticos espero el acuse de recibo y esa generosidad profesional que supone dedicar un poco de tiempo a una obra literaria en la que el autor ha puesto horas de intensa actividad intelectual. También que alguno escriba una reseña en un suplemento literario, en una revista, en un blog, en una carta manuscrita o en un simple e-mail; que aborde los poemas desde la emoción y no desde la indiferencia.
De los conocidos espero un acuse de recibo y la deferencia de actuar del mismo modo que yo, poniendo en mi buzón sus novedades.
Cada vez que sale uno de mis libros elaboro con mimo una lista de destinatarios ideales. De ellos espero (no sé si lo he dicho ya) un acuse de recibo que no coleccione excusas de una sospechosa equivalencia (estuve de viaje, tengo que corregir, soy prejurado, me divorcié, estuve en el hospital, llegó la abuela, caí en la depresión, pasé una temporada en el invierno, me salió un forúnculo cerebral, estrené paternidad responsable y tardía, me hice del Opus, participo en la campaña electoral, sufro una crisis menopáusica…).
Yo seguiré visitando la oficina de Correos para remitir los libros pendientes, aunque no lleguen nunca a los destinatarios ideales ni al sujeto educado que acusa recibo. 

lunes, 21 de febrero de 2011

EL TÚNEL



El túnel

El túnel me parece un portalón
inquisitivo que agiganta el miedo.
En su vientre se esconde la inquietud
de los niños, de aquellos que no saben
qué monstruos velan su profundidad.
Pero la sombra está deshabitada.
Si tensamos la luz sobre las vías
la oscuridad comprime su tamaño
y muestra el esplendor de la materia,
el cóncavo sosiego de las grietas.
No es necesario que vacile el tránsito;
la longitud carece de sorpresa.
Alborea el camino al otro lado.

         (Mapa de ruta, pág. 84)

domingo, 20 de febrero de 2011

POÉTICA DE LA CERVEZA

                                                                              (Malcolm Lowry)

INVITO A UNA CERVEZA…

A Miguel de Cervantes,
por su mala memoria topográfica.

A Max Brod,
que salvó de la quema los manuscritos de Kafka.


A Robert Musil
que convirtió en protagonista
el bloqueo vital de un hombre sin atributos.

A Malcolm Lowry,
íntimo contertulio de los habitantes de la taberna
y del  contradictorio deambular de sus sombras
entre el paraíso y el infierno.

A Louis Ferdinand Celine,
porque toda su literatura parece cortada de perfil,
resentida y bronca,
y fuera preciso golpear su hombro con una palmada
de asentimiento y otra de afecto.

A Jorge Luis Borges,
por concebir la literatura
como una gran despensa donde se aprovisiona
el gusto sumergido en el paladar más exigente.

viernes, 18 de febrero de 2011

NUEVA LECTURA DE FÉLIX J. PALMA

                                                                                               
El mapa del tiempo
Félix J. Palma
Algaida, 2008

   Tras su espectacular crecimiento demográfico por la Revolución industrial, Londres se convirtió en arquetipo de la metrópolis. Es una ciudad de contrastes donde bulle la multiplicidad de la vida; no muy lejos de los barrios señoriales, regidos por inmutables tradiciones, surgen infectos laberintos para la clase obrera. En esa geografía Félix J. Palma localiza la trama de El mapa del tiempo, una voluminosa entrega reconocida con el XL Premio de novela Ateneo de Sevilla.
   Si el perfil más conocido del gaditano lo formaban sus excelentes colecciones de relatos, asistimos ahora al desarrollo de una fantasía histórica, un atinado homenaje a la ciencia ficción. En Viajes a la Luna el crítico y filólogo Carlos García Gual selecciona distintas expediciones imaginarias que tienen como meta nuestro satélite. Comprobamos que ha sido común en distintos periodos un prurito visionario empeñado en trastocar coordenadas espaciales y temporales. Luciano de Samósata sirve de precedente a Godwin, John Wilkins, Cyrano de Bergerac, Swift, Poe, Verne, o H. G. Wells. Félix J. Palma comenta que su libro es también un homenaje particular a la figura de H. G. Well, quien irrumpe en la trama como actor principal; se recuperan las peripecias biográficas más conocidas de una infancia que contagia desvalimiento y el renqueante caminar hacia una vocación literaria que logró excelentes frutos, casi siempre basados en el poder constructivo de la ciencia para cambiar la fisonomía del siglo.
    Pero El mapa del tiempo es sobre todo una novela de aventuras. El arranque describe la zozobra sentimental de Andrew Harrington, un personaje desclasado por amor que se adentra en el naufragio afectivo de Marie Kelly, inquietante belleza dedicada a la prostitución en los antros de Whitechapel. Ambos  transforman la sordidez en ternura. El encuentro no puede liberarse de lo contingente. Un rastro de asesinatos -es inevitable otro inquilino tétrico del sensacionalismo londinense- pone en escena a Jack el Destripador. El asesino en serie transforma el romanticismo en pesadilla. El deambular de Marie Kelly se sumerge en un fatalismo resignado que empuja a Andrew a buscar una alternativa en la que pone en juego su prestigio social y el aprecio de su familia.
   Ya es tarde y la prostituta será la nueva víctima. De esa muerte se deriva un largo extravío. La única manera de recuperar a la amada es viajando en el tiempo en sentido inverso. Ese es el debate abierto por el libro de Wells; si hay un artilugio que hace posible el periplo al futuro, se puede cambiar el rumbo de los acontecimientos adentrándose en el pasado. De ahí la búsqueda necesaria del escritor emprendida por Andrew Harrington y su primo.
    Otro huésped ilustre de El mapa del tiempo es el Hombre Elefante, cuya insólita fealdad ha sido rescatada de los escaparates cirquenses. Alojado en centros hospitalarios se ha convertido en cortertulio de una élite social que tras superar su aterradora deformación ha de descubrir la verdadera identidad del monstruo. La sensibilidad del Hombre Elefante es otro guiño a los lectores de Wells; coincide con la de Weena, una de las más logradas presencias de La máquina del tiempo, un ser primario y frágil, capaz de difundir los sentimientos más elevados, aunque esté condenado a un papel secundario.
   En el tramo de cierre, junto a H. G. Wells, habitan los capítulos  dos contertulios ilustres de las estanterías, Henry James y Bram Stoker. Es otra vuelta de tuerca; parece que la literatura es la única energía potencial capaz de resolver los cortocircuitos de la corriente temporal. El narrador omnisciente, que de vez en cuando regala opiniones propias, justifica estas presencias porque las bibliotecas son la memoria del mundo. Esta reflexión concede a la literatura carácter simbólico. El escritor es una autoridad moral por su compromiso social; es el muro contra el olvido.
    La columna vertebral del género de aventuras es el escamoteo de lo previsible; se suprime por insulsa toda relación de causa-efecto; Palma hace suyo ese principio a través de una sucesión de acontecimientos siempre regidos por el factor sorpresa, respetando la verosimilitud de la lógica narrativa.
   Para mantener la consistencia del interés Félix J. Palma emplea el recurso cervantino de engarzar historias subalternas en el progreso de la trama central. La autonomía de cada relato está dispuesta con morosa sabiduría, sin que en ningún caso parezca un aderezo forzado;  de este modo la novela se convierte en una ficción utópica en la que se destacan imaginación, rigor constructivo y brillantez de estilo, cualidades propias de un excelente novelista.

                                                                                                                                               

jueves, 17 de febrero de 2011

RIVAS, UNA CIUDAD IGUAL Y DIFERENTE

                                                        (Rivas, Parque del Sureste)

Desde Rivas

Aquí pierdo la voz, contemplo Rivas,
un nombre propio escrito en el asfalto,
un árbol que resguarda la memoria,
pulcra ciudad de espacios habitables,
igual y diferente a cualquier sitio.
Cada jornada intento sin demora
la gesta cotidiana de aventar
el cansancio de los días comunes,
mientras, bruñida y frágil, a lo lejos
una luna de plata abre la noche,
dibuja su contorno en el regazo
del cielo envejecido de Madrid.
Crece la sed aquí, varado en Rivas;
busco en vano la esencia de las cosas,
acumulo  renuncias e inquietudes
y despide mi mano el tren vacío
de la vida que parte, no sé dónde.

                   (Mapa de ruta, pág. 96)

martes, 15 de febrero de 2011

ÁNGEL SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS

Ángel Saavedra.
Escritor emblemático del Romanticismo español.
Antonio Arroyo Almaraz, Begoña Torres, Carlos del Valle Rojas (eds.)
Ediciones Universidad de la Frontera
Temuco, Chile, 2010

   Como refrenda este conjunto ensayístico, El Duque de Rivas protagoniza una singular aportación literaria al romanticismo español del que perduran, como antecedentes de la actualidad cultural, Espronceda, Larra, Bécquer, Rosalía de Castro y el mismo Ángel Saavedra, cuyo título central, Don Álvaro o la fuerza del sino, marcó las pautas más definitorias del ideario romántico en la escena.
   El profesor y editor del volumen Antonio Arroyo Almaraz destaca en el prólogo que el perfil biográfico del escritor cordobés permite un rastreo diversificado en el que colaboran nueve especialistas. Los textos compilados aportan estimaciones nuevas.  Así, Juan M. Ribera Llopis opta por investigar la poética de Ángel Saavedra en la identidad lírica de la Renaixença, literatura autóctona catalana, y concretamente en la particular travesía de Joaquim Rubió i Ors. Antonio Arroyo Almaraz desmenuza la menguada correspondencia del escritor para hallar datos sobre el manuscrito perdido de Doña Blanca, representada en 1817 y extraviada pocos años después por lo que no pudo integrarse en las obras completas. Enrique Rubio Cremades enmarca la tragedia Lanuza en el contexto de una época donde Fernando VII impone su tiranía absolutista, cortando de raíz la ilusión liberal; el drama, basado en el personaje histórico del Justicia Mayor de Aragón enfrentado a Felipe II,  sería un claro alegato contra el poder omnímodo e intransigente y define a su autor como un radical liberal comprometido con el constitucionalismo. El paisaje es la vía de acercamiento a la figura del Duque de Rivas que utiliza Concepción Núñez Rey; es sabido que la estética romántica convierte la geografía, más que en un campo de observación objetiva, en un espejo de la sensibilidad individual. Se eligen dos textos de su producción, Viaje a las ruinas de Pesto y Viaje al Vesubio, dos muestras de crónica viajera que corresponden a su etapa como embajador de España en Nápoles, ante el reino de las Dos Sicilias. En esta revisión era obligada un análisis de ruta de Don Álvaro o la fuerza del sino. La obra se percibe como un ejemplo de individualismo radical por el carácter trágico de la identidad central, marcada por la hermética social del nacimiento y en permanente rebeldía contra un fatum agónico. También el marco escénico del origen, América, tierra de indianos y mestizajes pero también espacio del desarraigo, sugiere un territorio simbólico, un hibridaje sociocultural y es foco de discusión para Carlos Valle Rojas.  Un drama fantástico de título paradójico, El desengaño en un sueño, orienta el disertar de Helios Jaime sobre la imbricación en la realidad de la imaginería onírica y de los procesos del subconsciente. El trabajo final, que firma Wifredo Rincón-Gracía, esclarece la actividad del escritor en la pintura, una sostenida pasión intelectual que dispersó una amplia cosecha pictórica, ceñida a las accidentadas circunstancias biográficas.
    A través de este cruce de aproximaciones completamos un lúcido recorrido por la aportación bibliográfica de Ángel Saavedra, un nombre con una influencia más allá de su nervio escénico y de los celebrados méritos de su obra cumbre, una figura polivalente y comprometida con un tiempo histórico que merece gravitar en la memoria del lector.
   
                                                                              

lunes, 14 de febrero de 2011

MELIBEA EN EL CHAT

                                                                         (Con Adela, en Berna)

Razón de ser

Soy vagón detenido que te espera,
colmado de ilusión, en el vacío
escenario de un tiempo sin historia
y acomoda la tregua a tu partida.
Soy venero motriz que ensancha cauces,
remonta la raiz de las traviesas
y pretende con gozo el añorado
abrazo fraternal del horizonte.
Soy párpado, pupila dilatada
que busca en el cristal un simple roce,
las huellas sumergidas de algún gesto.
Soy pavesa, rebrote de la llama
que disuelve la noche y templa el día.
Cerca o lejos, mientras existas, soy.

           ( Mapa de ruta, pág. 89 )

sábado, 12 de febrero de 2011

COLECCIONISMO

El  afán de compilar está estrechamente vinculado a la evolución personal de cada sujeto; es un registro asociativo que define gustos y preferencias y aporta a nuestra conducta ansiedad y anhelo. En distintas épocas de mi vida fui un coleccionista a tiempo parcial. Recargué las estanterías de mi niñez con tebeos de "Hazañas Bélicas", "El Jabato" y "El capitán Trueno" y con una buena cantidad de novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Mi gusto adolescente cambió rumbo hacia las postales, sellos y monedas, pero ya la lectura era parte esencial de mi devenir y comencé a formar una biblioteca de poesía que ahora me enorgullece, no porque contenga primeras ediciones o títulos inencontrables, sino por el sentido práctico de su diversidad, por su mestizaje de tradición y modernidad.
Desde hace una década colecciono corbatas, plumas que suelo extraviar y que reaparecen a su libre albedrío en otros cajones de la buhardilla; también cuadernos blancos de pasta dura donde escribiré alguna vez un poema memorable (o similar). No sé el número de revistas literarias que fui ordenando por su cronología de salida o por la colaboración publicada.
He conocido coleccionistas con mucho más empuje; recuerdo una jornada memorable con Nati de la Puerta en Punta Umbría rebuscando en un gran almacén objetos imposibles y sé que Ricardo Virtanen tiene una colección casi completa de Alicia en el país de las maravillas  en más de treinta idiomas.
Mi coleccionismo actual es casi una idea lúdica, una ilusión aplazada que debo recuperar en alguna amanecida próxima.

viernes, 11 de febrero de 2011

RECUERDO DE MI PADRE

El Bohodón (Ávila)


Recuerdo de mi padre

Mi padre ponderaba la eficacia
como un tesoro extraño y valiosísimo,
escondido en el vientre de la tierra.
Solía levantarse muy temprano,
con el tic-tac grabado en la memoria,
y dilataba oscuro una jornada
que concluía laso y taciturno.
Era su empeño inmune al frío o la canícula.
Por él estuve interno tantos años
con la sóla misión de hacerme un hombre.
(Entendamos, un hombre de provecho,
un atinado buscador de logros.)
Mas el esfuerzo no valió la pena.
Él no tiene conciencia del fracaso.
Descubrió en la derrota
una patria feliz, compensatoria.

 ( Mapa de ruta, Maillot Amarillo, pág. 43)





jueves, 10 de febrero de 2011

TIPOLOGÍA SOBRE EL LECTOR PÚBLICO


   Después de tantos años ejerciendo de público en recitales de poesía y después de tantas presentaciones de mis poemarios se me ocurre una tipología de urgencia sobre el oficio de leer que refleje la soledad sonora del poeta ante el micrófono abierto. En ella están:

. Los declamatorios que convierten el poema en una representación teatral y confían el verso a la capacidad expresiva de la mímica gestual.

.Los silenciosos, que afirman la timidez de su lírica con un tono monocorde y dubitativo.

. Los que recitan con voz solemne y cadenciosa, de cura de aldea en púlpito de fiesta patronal.

. Los que optan por el tono eficiente de un funcionario en prácticas y despojan las estrofas de hojarasca sentimental.

. Los que buscan en el poema humorismo, esa empatía cordial que lo convierte en chiste.

.Los exhibicionistas biográficos que practican el confesionalismo radical y ponen lugar, fecha y contexto vital a cada verso.

. Los que prodigan una apropiación intensiva de citas para mostrar la plenitud de su erudición. El canon de préstamos literarios lo encabezan Borges, Antonio Machado, T. S. Eliot, Ángel González, Jaime Gil de Biedma y en un pelotón próximo, Baudelaire, E. Pound y el "poesía eres tú", con permiso de Gustavo Adolfo.

. Los que entonan con el luto puesto, dando el pésame,  como si la poesía viviera en ese instante turbio que precede a la defunción y consumiera su último rescoldo.

No cabe duda de que esta tipología hubiera incrementado su didactismo si, aplicando el cotilleo discreto de un reputado escritor de diarios, en el primer grupo hubiera incluido a X. como ejemplo práctico, en el segundo a H., en el tercero a K. y  T., así hasta el último. Pero no supe resolver las inclusiones circunstanciales y pasajeras y, lo que es más complejo, no supe dónde hallar mi propia ubicación. En ello estoy.

miércoles, 9 de febrero de 2011

SIEMPRE LA CLARIDAD


   En su novela-ensayo Vida secreta escribe Pascal Quignard que "el invierno es una noción contenida de la noche". De ese paréntesis temporal en la umbría derivan la quietud y el repliegue hacia la caverna del yo. El entorno aparece en estado durmiente.
   La metereología de febrero está cambiando, como si ya buscara esa claridad de abril que viene del cielo. En las primeras horas, cuando inicio jornada en el instituto, alzo las persianas casi al completo. Mientras algunos alumnos entrecierran los ojos ante tanta claridad, yo no puedo disimular un estado de ánimo auroral cuando los rayos de sol inciden sobre mis apuntes de trabajo.
  La luz otorga utilidad visual a cada objeto.

lunes, 7 de febrero de 2011

LOS CUENTOS DE JULIO RAMÓN RIBEYRO

                                                                               
   Siempre he percibido, como lector, una asociación natural entre devenir vital y escritura. Esta situación de entreverados derroteros es particularmente constatable en la autobiografía; el caminar cotidiano se convierte en materia prima de la página en blanco. Conocer el latido del hombre ayuda a entender los paramentos sustentadores del itinerario creador, revela propósitos y rincones poco iluminados y aporta significados entre líneas.
    Julio Ramón Ribeyro nació en Lima en 1929; perteneció a una familia de clase media en fase de declive, en un momento crepuscular que determina inestabilidad. En 1952, becado para formarse como periodista, viaja a España. Tras una breve estancia en Madrid comienza su peregrinaje por varias capitales europeas, como si fuera un desarraigado al que el medio propio le provoca fobia. Desempeña oficios escasamente compatibles con labores intelectuales y prolonga una vocación creadora, ejercida en las más precarias condiciones, como si la literatura fuera su forma de conjurar una realidad hostil.  El peruano titula su diario personal La tentación del fracaso. Es  un autorretrato formado por anotaciones que abarcan desde 1950 a 1978, etapa donde escribe  los relatos reunidos más tarde en La palabra del mudo, La juventud en la otra ribera y  Cuentos completos. Además escribe novelas, ensayos, artículos literarios, una colección de aforismos que pone en boca de un heterónimo y varias piezas teatrales. Aunque padeció la soledad del exiliado, la crítica le adscribe a la generación del cincuenta, a la que también pertenecería Mario Vargas Llosa.
   Pero es la narrativa breve el género más celebrado del peruano y desde sus primeras ficciones, Los gallinazos sin plumas, obtuvo un éxito popular. Casi todas las piezas comparten esta filosofía expuesta en el diario: “seres imperfectos que viven en un mundo imperfecto”.  Sujetos marginales que deambulan por los barrios más pobres de la ciudad limeña con escasas esperanzas y con un desaliñado instinto de supervivencia en el que queman los últimos cartuchos.
    También comparten estética: frente a los escritores que se prestan a la magia menor del experimento formal, Julio Ramón Ribeyro prefiere una expresión directa, a menudo cuajada de localismos, la exactitud psicológica que evita el empleo de una retórica descriptiva y la condensación dramática que en unos pocos folios resuelve la trama argumental. Radiografía la realidad, aunque sus convicciones progresistas no dogmatizan.  Son cuentos de figurantes menores que afrontan contratiempos sin pretensiones y asumen el fracaso como un largo monólogo.

                                                                                                                                           

domingo, 6 de febrero de 2011

PASEO POR GRAN VÍA


   Para la amistad no hay rutinas, para rememorar el paisaje de Béjar tampoco. En el hondón y en sus laderas predomina el verde, efecto colateral del agua abundante. En Rivas, en cambio, cada planta ha sido fruto del esfuerzo y de modificar el sustrato calizo del páramo. En la imprenta de Luis Felipe Comendador huele a tinta y el olor se mezcla en su cuarto de trabajo con el olor a tabaco y  con los olores singulares de objetos recopilados por un azar acumulativo. Hoy en Rivas huele a aceite de almazara, o tal vez al estiércol que abona el parque próximo y en el centro comercial huele a comida de menú laborable de administrativos y dependientas.
   Cuando llega Luis Felipe me deja en las manos un abrazo de meses sin vernos, dos cuadros de una exitosa exposición, ejemplares de su novela Que yo soy normal y palabras cordiales  para mi familia, porque es generoso por naturaleza y siempre regala primero.
   Elegí para el almuerzo un bar cercano, no por su presencia sino por el afecto de cubiertos con mango y cocina familiar. Acierto; la camarera es una delicia y el dueño es un joven empresario que no piensa que el cliente debe emigrar pronto y dejar sitio a otro cliente; Rubén y Rosi  permiten el diálogo de sobremesa y preguntan si todo está bien las veces necesarias.
   Después viajamos a Madrid para tomar un café en Gran Vía. Pocas terrazas madrileñas superan la perspectiva visual  del hotel Ada Palace, que Esther Muntañola me descubrió hace unos meses. El ático permite otear la bifurcación de dos arterias emblemáticas de la capital, Alcalá y Gran Vía, la fachada del Círculo de Bellas Artes, las azoteas pictóricas de Antonio López, la glorieta merengue de Cibeles y al fondo, semioculta por el Palacio de Correos, la Puerta de Alcalá;  trazos mayores de la ciudad monumental. Pero el bejarano prefiere la letra pequeña de lo inadvertido, la clave en miniatura, el detalle de Liliput: aquel graffiti, un posavasos, bajorrelieves, una rejería modernista, un cartel publicitario de Alberto Corazón y esa azotea de renta antigua y tercera edad sobre el Banco de Santander, con macetas, persiana verde, desconchones de Tàpies y jaula de jilguero.
   Luis mira las cosas con sentidos porosos para descubrir la intimidad y oír ese murmullo conventual que alienta en lo minúsculo. Y así caminamos por el aire libre de Chueca, desandamos pasos por la oferta carnal de la calle Sevilla, muy desmejorada a media tarde,  y admiramos el mosaico visual de la Puerta del Sol que tiene un calendario adelantado de primavera joven y una luz casi abril.
  Ya en el Círculo de Bellas Artes, atiende –como hiciera Carlos Barral, el editor poeta en Formentor- con diligencia un desmayo de estatua y comprueba con mimo sus constantes vitales. Después la cortesía de saludos (Félix Grande, Paca Aguirre, Javier Lostalé, Emilio Pascual, Fernando Beltrán...), voces, abrazos (De Cuenca, Urceloy, Virtanen) , libros, besos y el homenaje colectivo y justo a un poeta, Luis Alberto de Cuenca, que abre intervención saludando en público a Comendador por dejar Béjar por unas horas  para sumarse a un acto de amigos y maestros.
   Aforo completo en la sala María Zambrano y una calefacción abusiva. Me quito la chaqueta y me siento junto a Luis Felipe. Un pensamiento provoca mi sonrisa: soy un tipo afortunado; desde hace más de veinte años, desde aquel encuentro en Vitoria-Gasteiz  tengo el privilegio de su amistad.  
   

sábado, 5 de febrero de 2011

LUIS ALBERTO DE CUENCA


Para los que iniciaban quehaceres literarios a mediados de los años 80, la promoción anterior, aglutinada en torno a la antología de Josep María Castellet, se definía con apelativos de eficiente precisión: novísimos, venecianos, esteticistas. Sería un libro, La caja de plata, editado en 1984 por Abelardo Linares en Renacimiento, el que redefine el perfil literario de Luis Alberto de Cuenca, cualificado representante de la Generación del lenguaje en su nómina madrileña, también antologada  al inicio de los setenta por Antonio Prieto.
Aquel libro, escrito entre 1979 y 1983, se abría con una emotiva dedicatoria y contenía treinta y seis poemas con un envidiable instinto de conservación para perdurar en el tiempo. Se recordaban con facilidad por su nitidez formal y ritmo clásico, sintonizaban con un sentir mayoritario, creaban ecos y seducían a numerosos  epígonos porque prestaban coordenadas para abrir rutas.
Ateniéndome a un parcial encabalgamiento cronológico, unos años después conocí al poeta en el contexto de una revista, Luna Llena que amanecía en Rivas y fue la excusa para un almuerzo memorable al que asistieron, entre otros, Luis Alberto de Cuenca, Julio Martínez Mesanza y Luis Felipe Comendador. Después vino una larga entrevista para El Correo de Andalucía y la consolidación de una amistad que dura más de dos décadas y que fue prodigando horas comunes en su biblioteca del barrio de Salamanca, jornadas de poesía en las mañanas lectivas de mi instituto, lecturas públicas en Rivas… Encuentros sin virajes, caracterizados por la actitud emotiva, por hacer evidentes las líneas de conexión entre literatura y vida,  y por creer en la cultura como un espacio de convivencia en que caben afinidades y divergencias.
Lleno de energía creativa, el poeta continúa escribiendo, ha compilado entregas y con serenidad preceptiva nos entrega mundos y días de su impulso creador renovando en cada uno de nosotros esa cita pactada con la lectura.

Querido Luis Alberto, cualquier homenaje es transitorio, también este que con tanto acierto ha preparado la editorial Neverland y el trabajo cordial de Javier Vázquez Losada.  Tu poesía no; construye realidad, forma parte de nuestros argumentos contra el tiempo para ahuyentar la soledad y la melancolía.

(Leído en el Homenaje a Luis Alberto de Cuenca en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el 4 de febrero de 2011) 


jueves, 3 de febrero de 2011

UN CONTENEDOR HABITADO


Hay secuencias que exigen la destrucción inmediata de ese mundo feliz que el egoísmo encierra entre las cuatro paredes del yo. Está anocheciendo; salgo de paseo y aprovecho para llevar las bolsas de basura, separadas para el reciclaje. Los contenedores están en uno de los laterales del centro comercial. Cuando me acerco al de residuos orgánicos una caja de plástico sujeta la tapa abierta. Antes de depositar mi bolsa percibo ruidos. Perplejo, me doy cuenta que en el interior del contenedor alguien se mueve. No deja su tarea ni me mira. Rompe envolturas y vierte el contenido,  mientras cubre su cara con el gorro acolchado de una parca marrón. Dejo mi bolsa fuera; no sé cómo reaccionar. La silueta rebusca verduras, frutas, y yo retorno a casa con esa imagen perturbadora que proporciona el extrañamiento.
No sé cómo se entra o se sale de un contenedor. Pocos minutos después alguien pasa a mi lado arrastrando un carrito de la compra al que le falta una rueda. Es una mujer rubia, delgada, con cejas negras y el pelo recogido en una coleta. Se abriga con la parca marrón. Bajo el brazo lleva una caja de plástico. No aparenta más de veinte años.

miércoles, 2 de febrero de 2011

EMILY DIKINSON, POESÍA EN SECRETO



      Poemas a la muerte
      Emily Dickinson
      Selección, traducción y prólogo de Rubén Martín
      Bartleby Editores, Madrid, 2010

   La liviana biografía de Emily Dikinson genera un inagotable venero especulativo entre los investigadores literarios, como si la trama de una identidad casi anónima no se correspondiera con un logro creativo que parece surgir por generación espontánea y que no se hace público en su totalidad hasta mediados del siglo XX, cuando  adquiere el reconocimiento que todavía  mantiene, con un  prestigio en la literatura norteamericana comparable a Edgar Allan Poe o Walt Whitman. De los dos millares de poemas que se atribuyen a la autora sólo siete fueron publicados en vida; los cuadernos manuscritos dados a conocer por su hermana menor Lavinia, tras la muerte de Emily, fueron una sorpresa y aunque se publicaron algunos años después, la edición canónica del corpus lírico de Emily Dikinson es la realizada en 1955 por Thomas H. Johnson, quien también editó su voluminosa correspondencia, un material muy útil para entender la razón escritural y un espejo de reconocimiento que utiliza los mismos recursos compositivos y similar filosofía. En una de sus cartas, la poeta hace esta semblanza autobiográfica: “No tengo ningún retrato, pero soy pequeña como el gorrión y tengo el pelo hirsuto como el Zurrón de la Castaña- y los ojos como el Jerez que deja el huésped en la copa”.
   Nacida en Nueva Inglaterra, cerca de Boston, en 1830 y muerta en su pueblo natal, Amherst, Massachusetts, en 1886, se crió en el seno de una culta familia protestante que le proporcionó una sólida formación humanista, completada en el Seminario de Mount Holyoke. Desde los treinta años vivió encerrada en su domicilio familiar, en un entorno alejado de cualquier ambiente literario, salvo la fructífera correspondencia con W. Higginson, que dirigía una pequeña revista. Escribió en papeles sueltos y en cuadernos dispersos sus versos en los que se entremezclan, con un inusual despliegue de guiones y signos ortográficos, hallazgos intuitivos y descripciones realistas, alucinaciones y cotidianeidad.
   Aunque no existe un enfoque uniforme y se postula un largo tiempo escritural se puede resumir en tres núcleos reiterativos el grueso de sus composiciones: Dios, el amor y la muerte. De este último tema se ocupa Poemas a la muerte, una antología bilingüe traducida, seleccionada y prologada por Rubén Martín que acoge ciento cincuenta y dos poemas, casi todos breves. 
   El liminar sondea las claves que justifican la obsesiva reflexión sobre la muerte, con mínimos asuntos colaterales; la entidad poemática concibe el destino como un punto de fuga que veda el acceso a la razón; pensar es dudar, es un continuo caminar por el misterio que asume la conciencia de la finitud. Los poemas en su desarrollo encuentran una dirección múltiple. No hay una secuencia cronológica concreta y por tanto la progresión dramática es aleatoria En el comienzo hay un punto de ingenuidad y sosiego; la muerte se equipara a la posibilidad de respirar una aurora diferente. Hallamos también la receptiva percepción de un espectador que contempla la culminación de un proceso natural; y no falta la escenificación de la propia muerte: “Si no estuviera viva/ cuando los Petirrojos vengan,/ a ese de Corbata Carmesí/ dale una miga en mi Memoria./ Y  si no te pudiera dar las gracias/ por estar muy dormida,/ has de saber que lo estaré intentando/ con labios de Granito”. También hay composiciones con la cadencia de la elegía en las que se recuerda a un ausente y versos dictados por el desasosiego de quien conoce un secreto inaprensible: morir es caminar por dentro del Enigma.
   En el capítulo que le dedica Harold Bloom en El canon occidental se atribuye a la poeta de Amherst “más originalidad cognitiva que ningún otro poeta occidental desde Dante”. Tal apreciación de las meditaciones líricas de Dikinson se cimenta en la exigencia intelectual de su discurso, en la fuerza de un pensar individual que se aleja de cualquier senda marcada y en el uso continuo de elusiones y matices que fascinan por su intensidad y ha marcado a poetas como Hart Crane, Elizabeth Bishop o Wallace Stevens.
   Emily Dikinson nunca fechó sus composiciones; las referencias concretas y los entresijos biográficos están velados y los contenidos parecen desgajados del contexto histórico. Sin embargo, cada fragmento, cada poema, genera una complicidad que se refuerza en lo sugerido y logra que cada lector postule una interpretación activa y personal; leer es asistir a una conversación que reflexiona sobre las realidades íntimas del ser en el espacio incierto de los días.