martes, 22 de febrero de 2011

EL DESTINATARIO IDEAL


En los años sesenta-setenta del pasado siglo, cuando la dictadura consumía su última etapa, la educación en los internados religiosos y en las familias de clase media tendía al formalismo clásico. Era un rito de obligado cumplimiento.  Por encima de otros afanes, se valoraba la disposición generosa hacia el otro. Había que levantarse del pupitre cuando el profesor entraba en el aula y dar los buenos días o las buenas tardes;  si se recibía algo (no importaba qué) era preciso formular con una sonrisa nuestro agradecimiento; en los transportes se cedía el sitio siempre a mayores, embarazadas o adultos; y era de cajón que toda pregunta gestual debía tener una respuesta efectiva.
Conservo todavía muchos rasgos de aquel manual urbano adolescente y procuro aplicarlos a cada uno de mis comportamientos cotidianos. También a mis envíos de libros que siempre buscan un destinatario ideal.
De los envíos a amigos espero el acuse de recibo o la pertinente llamada telefónica para comentar circunstancias e impresiones de alguna página o coleccionar asentimientos y reparos.
De los envíos a críticos espero el acuse de recibo y esa generosidad profesional que supone dedicar un poco de tiempo a una obra literaria en la que el autor ha puesto horas de intensa actividad intelectual. También que alguno escriba una reseña en un suplemento literario, en una revista, en un blog, en una carta manuscrita o en un simple e-mail; que aborde los poemas desde la emoción y no desde la indiferencia.
De los conocidos espero un acuse de recibo y la deferencia de actuar del mismo modo que yo, poniendo en mi buzón sus novedades.
Cada vez que sale uno de mis libros elaboro con mimo una lista de destinatarios ideales. De ellos espero (no sé si lo he dicho ya) un acuse de recibo que no coleccione excusas de una sospechosa equivalencia (estuve de viaje, tengo que corregir, soy prejurado, me divorcié, estuve en el hospital, llegó la abuela, caí en la depresión, pasé una temporada en el invierno, me salió un forúnculo cerebral, estrené paternidad responsable y tardía, me hice del Opus, participo en la campaña electoral, sufro una crisis menopáusica…).
Yo seguiré visitando la oficina de Correos para remitir los libros pendientes, aunque no lleguen nunca a los destinatarios ideales ni al sujeto educado que acusa recibo. 

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