domingo, 31 de julio de 2011

PAUL CELAN Y MARTIN HEIDEGGER. DIVERGENCIAS.


Claroscuro del bosque
José Luis Gómez Toré
( poemas)
Marta Azparren
 (dibujos)
Amargord, Madrid, 2011

   La entrega Se oyen pájaros era el primer diálogo entre la expresión poética de José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) y la plástica de Marta Azparren (Santa Cruz de Tenerife, 1968). Esa colaboración se renueva en Claroscuro del bosque, donde indagan en la oscura entrevista entre Paul Celan y Martin Heidegger, en julio de 1967, en la cabaña que el pensador tenía en un tranquilo paraje de La Selva Negra.
   Los dos nombres propios evocan de inmediato el holocausto judío y la barbarie nazi. Son episodios históricos que han propiciado una inagotable ensayística con enfoques extremos. Es una herida abierta, una sutura en el acontecer colectivo porque afecta a la conciencia de todos y a la propia condición del ser.
   El sondeo de aquella entrevista, mencionada por Celan, de José Luis Gómez Toré y Marta Azparren rechaza la subordinación de un lenguaje a otro: como anticipa el prólogo, ni se ilustra un texto previo ni se describe una imagen ya contorneada. Cada aporte singulariza su vocabulario: el poeta opta por el verso meditativo, un discurso quebrado con cadencia aforística, donde los silencios regulan el ritmo y van dejando escuetas impresiones, destellos que sitúan en el umbral. La pintura emplea una tinta aguada que forma grafías, renglones semiborrados, siluetas arbóreas, alambradas e incluso el plano interior de la morada del pensador; manchas en blanco y negro en las que la mirada encuentra activas sugerencias.
   El diálogo se cierra con una doble coda. El poeta y ensayista recupera “Todtnanberg” un breve ensayo que ya estaba en la red, en la sección “Vacaciones críticas” de la editorial DVD. El texto indaga sobre el empuje hacia los lugares sagrados, esa mezcla de entendimiento y fetichismo que deposita en unas coordenadas geográficas donde la obra se concibió o se gestaron pormenores biográficos relevantes.
   El epílogo de Marta Azparren describe una hipotética fotografía de dos presencias que aportan el dolor y la culpa, la condición de víctima que soportó la extenuante vida carcelaria de un campo de trabajo, la muerte de  sus padres judíos y un sentimiento agónico de la existencia que concluye en el suicidio; y los ojos cerrados de quien no quiso implicarse en la condena, aunque es de justicia recordar que la fascinación de Heidegger por el régimen nazi fue mínima y tangencial. Sólo un año ejerció como rector en Friburgo y tras su dimisión guardó una posición de lejanía e indiferencia ante la debacle ideológica y política de Hitler.  
   En uno de los relatos de El Aleph, Jorge Luis Borges escribió que “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento; el momento en que el hombre sabe para siempre quién es “. Los trazos de esta imagen mental nos dejan las desvaídas sombras de dos caracteres antagónicos que tuvieron la oportunidad de compartir, acaso unos segundos, un tiempo de quietud, unas palabras de justificación, esas lindes ambiguas que parcelan el silencio y la culpa.

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