viernes, 30 de marzo de 2012

LOS VIAJES



Los viajes

Las doce y treinta y seis.
El bar repleto de voces y de humo.
Qué trabajo callar en noches como ésta,
donde tanto podría hablar de mí.
Pero llegó el extraño de un país extranjero
y trajo esas monedas
que fulgen desvalidas en tus manos,
y libros,
y guedejas de una dulce nativa
que le vendiera amor por pocos dólares;
y tú no tienes ojos
sino para viajar a aquel lejano sitio
en minutos eternos.
Hasta que mis bostezos te desclavan
de tu perplejidad.

( De Enemigo leal, Sevilla, 1992)

sábado, 24 de marzo de 2012

CANTAUTORES, POETAS, MAESTROS...

PROFESORES EN LUCHA

"Como escritor sé que el lenguaje sirve para dibujar el perfil de la realidad, pero sé también que ese perfil adquiere una determinada apariencia y que puede manipular o contaminar lo que el sujeto tiene delante de los ojos. La palabra crisis  se ha convertido en un término de inacabable semántica para justificar cualquier disparate. Estamos sufriendo un  estrepitoso saqueo de la dignidad docente y la sombría inteligencia del mercado sólo sabe medir en términos de rentabilidad monetaria, como si los servicios públicos fueran  actividades nocivas que fomentan el déficit. Los mismos funcionarios aparecemos como culpables de especulaciones financieras o como causantes de pérdidas de bolsa, cuando no como sujetos con un escaso sentido del trabajo e insolidarios con la situación económica global.Así que es el momento de decir basta, de sabernos hombres de la calle, de preservar el espíritu militante y volver a leer aquel poema que siempre se atribuye a Bertolt Brech aunque en realidad lo escribiera el teólogo alemán Martin Niemöller. Un poema que, en cualquiera de sus versiones, despierta la voluntad y la conciencia:

 Primero se llevaron a los comunistas
y yo no dije nada, porque yo no era comunista.

Luego se llevaron a los judíos
y a mí no me importó porque no era judío.

 Después detuvieron a los sindicalistas
yo no dije nada porque no era sindicalista.

 Luego apresaron a los curas,
pero no me importó porque no soy religioso.

 Ahora vienen a buscarme a mí.
Pero ya es tarde,
No queda nadie para protestar.


 El progreso de una sociedad se mide con exactitud mediante dos parámetros fundamentales: la sanidad y la educación. Y estos dos elementos del estado del bienestar condicionan la calidad de vida y toman el pulso al discurrir diario. Vivimos momentos de gran desconcierto por la situación del sistema educativo y por la consideración pública que merecen los docentes como depositarios de valores a transmitir y como formadores de las generaciones más jóvenes. No es una situación que únicamente afecte al profesorado. La educación es una experiencia compartida con las familias y con los alumnos y el camino de la enseñanza es un afán colectivo que requiere la siembra en el aula de un clima adecuado y de unas respuestas que despejen las situaciones problemáticas. Existe un pesimismo justificado en la interpretación del mapa educativo actual que se ha convertido en un escenario en conflicto. La escuela pública refleja  una realidad enferma. Si educar es invertir en futuro, conviene poner los medios para que todos los integrantes de la comunidad educativa reconsideren su postura y tracen nuevos itinerarios para que los profesores vuelvan a las aulas con ilusión y optimismo y encuentren en el desempeño de la labor docente una tarea gratificante. Educar es esencial e imprescindible para que sigan vivos el humanismo, la cultura del esfuerzo, el pacto solidario y la superación. Una sociedad educada es una sociedad más libre, más tolerante, más justa.  Las utopías no se cambian como si fuesen nubes de verano. Hay que seguir en pie, ser insumisos, sin ninguna parálisis  y hay que decir lo que pensamos reivindicando nuestro trabajo, nuestra forma de ser, nuestro modo de estar frente a lo cotidiano, alejados del ensimismamiento, despejando cualquier duda sobre nuestro compromiso cívico, aprendiendo a vivir los lunes ".

(Intervención en EDUCATÓN, el 23 de marzo en la Sala Covibar, en la convocatoria de la Plataforma de docentes en lucha por la escuela pública, con Pedro Guerra, Pablo Guerrero, Patxi Andión y una amplia nómina de amigos que reivindicaron la dignidad de la escuela pública) 

martes, 20 de marzo de 2012

BEGOÑA ABAD. SOBRE LOS TEJADOS.

Cómo aprender a volar
Begoña Abad
Olifante ediciones, Zaragoza, 2012

   Conocí en persona a Begoña Abad en el encuentro de escritores Voces del extremo, celebrado en Béjar, en el verano de 2009. Hasta ese momento no tenía de ella ninguna referencia personal ni literaria. Sin embargo, su sencillez, su escepticismo e ironía y su generosidad expansiva me capturaron de inmediato, hasta el punto de que su amistad fue el mejor legado de aquella convocatoria bejarana. Un año después, propició una lectura poética de mis versos en Logroño. Viví unas horas de grato recuerdo entre el quehacer laboral del Ateneo y los aledaños de un río Ebro, de aguas transparentes y gélidas. También visité la acogedora casa de Begoña y aquella azotea abierta, como un mirador suspendido, a los tejados de una ciudad levítica.
   Ahora me llega su envío Cómo aprender a volar, un conjunto de poemas editado con gusto por Olifante, en su colección Papeles de Trasmoz. El libro se enriquece con una introducción de Antonio Orihuela, pero ya tengo una idea preconcebida sobre lo que voy a leer. Sé que hallaré una poesía breve, directa, emotiva, sin afeites ni trucos literarios; una poesía confesional, reflexiva y dispuesta a sonar como las frases a media voz de una conversación de sobremesa en cualquier bar de la plaza de Logroño, bajo un sol pálido y una nube de infusión flotando entre dos comensales.  Hablé al comienzo de ese escepticismo palpable que Begoña Abad extiende sobre cualquier  vanidad literaria. Nadie más lejos de la pose de escritor y de la foto retocada con epigonías más o menos encubiertas. Los versos de Begoña Abad manan desde la transparencia, breves, como aforismos que resumen las enseñanzas de los días.
 Así se inicia el poemario: “LO PRIMERO que recuerdo de esta vida / es que alguien me sopló en la cara. / No recuerdo nada de mi vida anterior”. Somos una identidad en construcción continua; el pasado es material inerte y conviene caminar limpios, con la desnudez de aquellos equipajes de Machado. De esa negación del pretérito se alimenta el deseo de ser, la búsqueda palpable de la luz, el esfuerzo por sondear mares nuevos, libres de miedos, para no ofrecer resistencia a la corriente.   Pero el yo poemático también deja un espacio al entorno, a las enseñanzas de lo cotidiano. La historia del abuelo que hace de la quietud de la muela el mejor diccionario para conocer, o el estatismo del gato sobre el alféizar de una ventana, a esa altura donde la caída es peligro y riesgo, donde se hace más plena la libertad de mirar los tejados. Del mismo modo, otros poemas actuán como crónica de un tiempo manifiestamente mejorable, lleno de flecos y asuntos colectivos no resueltos: los malos tratos, la violencia de género, las actitudes xenófobas, el materialismo son anotaciones de agenda que en una sociedad individualista y miope nunca tienen  fecha de caducidad. Miradas a un mundo que parece tener narcotizada la conciencia  Esa aparente sencillez no exime de la “responsabilidad de cuidar las palabras”, de dar a cada poema el ritmo y la cadencia precisa para que sus versos se aposen en la memoria como si precisaran una reflexión posterior en la que consiguieran su pleno sentido.
Una invitación a aprender a volar, con las alas seguras de una poesía emotiva, fuerte y vulnerable al mismo tiempo, hecha de gotas de ternura.       

domingo, 18 de marzo de 2012

PAUL AUSTER. ESTRUCTURAS.

Invisible
Paul Auster
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Anagrama, Barcelona, 2009

   En 2006 Paul Auster se sumaba a la lista de galardonados con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Un reconocimiento más del quehacer creador de uno de los iconos de la narrativa americana actual. Nacido en Nueva Jersey, en 1947 y protagonista de un periplo biográfico muy conocido, ha publicado un notable conjunto de obras, en el que sobresale el ciclo de Trilogía de Nueva York,  aunque el poblado catálogo permite reseñar también entregas como La invención de la soledad, La música del azar o El libro de las ilusiones, porque cada uno de sus lectores citaría, con igual propiedad, títulos de una imaginación  que también ha publicado poemas, ensayos y ha hecho incursiones en artes como el cine.
   Lo que resalta en Invisible, aunque el argumento no deja de ser desasosegante, es la estructura narrativa. Auster tiende a huir del paso a paso para hacer propuestas que exigen una pausada dedicación. La primera parte es una historia autobiográfica rememorada por Adam Walker, que se transforma en la segunda parte en un simple manuscrito autobiográfico de un escritor atascado en su libro que pide consejo profesional y que opta por cambiar el enfoque narrativo. Ahora covniven dos historias: las impresiones del autor reconocido, que compartió estudios con Walker, y el segundo capítulo de la autobiografía de Adam, quien opta por desdoblarse y contar su historia ante su propio reflejo, ese tú que asiente al largo soliloquio. El yo narrador se convierte en invisible porque no puede situarse a una distancia justa entre su personalidad y los acontecimientos que protagoniza;  ese modo de contar la historia anula la libertad del sujeto y crea notables limitaciones que se superan si da a conocer los hechos a un destinatario ajeno.
   En la tercera parte, el enfoque sorprende de nuevo. Una circunstancia argumental, la muerte de Walker, justifica la inclusión de un relato esta vez en tiempo presente y en tercera persona. La autobiografía avanza a ritmo de estación, primavera, verano, otoño… y es “Otoño” el manuscrito que copa la mayor parte de este tramo del libro, narrado en primera persona por el amigo de los tiempos estudiantiles. Hay un cambio estilístico palpable es en el manuscrito de Walker; la cercana presencia de la muerte propicia una escritura casi telegráfica, sin digresiones, hecha con frases cortas, donde narra su etapa vital en Paris. El relato en su tramo final excluye aspectos del entorno para centrarse sólo en los pensamientos y diálogos.
  La cuarta parte es la más breve. Otra vez, Freeman retoma la historia en primera persona, recreando los días de 1967, cuando Adam retorna de París. Esos recuerdos contrastan con el presente en donde reaparece una de las protagonistas de aquella etapa vital; la hermana de Adam. A través de ella adivinamos que el relato de  Adam altera la realidad, mezcla sucesos reales e imaginarios y concede a lo vivido y a lo soñado el mismo estado de verdad.
  Cualquier análisis crítico que se haga de este libro reparará en su estructura. El escritor fluctúa, cambia el punto de vista, distorsiona la voz y sorprende con soluciones narrativas que acaban pareciendo el modo más adecuado de contar la historia. Los lectores aceptan los cruces de espacios y tiempos que se les propone, como si fuesen útiles ejercicios corporales para mantenerse en forma.

  

viernes, 16 de marzo de 2012

ROSA HUERTAS. UN FANTASMA EN LA BIBLIOTECA.

 
 Tuerto, maldito y enamorado
Rosa Huertas
Edelvives, Madrid, 2010

   En el II Encuentro de escritores de Rivas, celebrado en la localidad madrileña de Rivas-Vaciamadrid, Rosa Huertas, Doctora en Filología Hispánica y profesora en el IES Europa, disertaba sobre qué es y no es una novela juvenil. Su conferencia desvelaba claves de su forma de entender el género, con sugerencias precisas: el adjetivo juvenil no disminuye el valor literario; define un género que pueden consumir lectores de cualquier edad, aunque sea mayor el público adolescente; tampoco es monopolio de argumentos protagonizados por jóvenes, ni lima la voluntad de estilo. Como docente en ejercicio, la autora promueve una simbiosis entre diversión y educación, y muestra su inclinación natural hacia temas con una pedagogía de valores sociales. Estos parámetros organizan su primera obra, Mala luna, y se reiteran en su segunda entrega, Tuerto, maldito y enamorado, ficción ganadora del X Premio Alandar de Narrativa  Juvenil.
Desde el comienzo, el libro apela a la complicidad del lector con una formulación dubitativa: “¿Existen los fantasmas?  La cuestión sitúa el fondo narrativo en un espacio difuso, entre la realidad y lo imaginario, donde los espejismos adquieren consistencia. La aparición de aquella vagorosa identidad, escondida en los estantes de la biblioteca, es el comienzo de un tramo vivencial lleno de acontecimientos azarosos; los días incluyen desazones, insomnios y viajes que protagoniza Isabel, estudiante de bachillerato en el instituto madrileño de San Isidro, un centro educativo de amplia tradición. El fantasma personifica el poder del pasado, la presencia inquietante de una identidad que pertenece a otra época y que pide ayuda para recordar. Aquella sombra desenfocada se impone sobre lo cotidiano y obliga a Isabel a convencer  a los demás de su existencia y a modificar su conducta para liberar al espectro de una supuesta maldición.Los lectores De Rosa Huertas saben que en su primera entrega, Mala luna, la escritora recurre a un sujeto histórico, Miguel Hernández, para justificar la trama. En Tuerto, maldito y enamorado el procedimiento se repite. Es el poeta del Siglo de Oro, Lope de Vega, quien aparece. Tras los fértiles años creativos, el escritor agoniza sin la presencia de su hija preferida. Esta soledad y el resentimiento del célebre poeta han provocado el aire desdichado del fantasma tuerto, lo que da pie a introducir algunos hitos biográficos y a recuperar sombras que compartieron con el poeta diferentes etapas vitales, como Marta de Nevares, sus hijas.
   Incluso la realidad más gris se presta a confidencias y secretos. Un escenario tan concurrido y prosaico como las dependencias de un instituto es capaz de albergar rincones propicios al asombro. Rosa Huertas comparte con el lector la experiencia de insertar lo extraordinario en el tejido de lo real para que sus líneas de fuerza se dibujen con vigilias y sueños. Y lo hace con el calor tangible de la buena literatura.   

                                                                                                      

martes, 13 de marzo de 2012

JOSÉ ÁNGEL VALENTE. DIARIO ANÓNIMO.


Diario anónimo (1959-2000)
José Ángel Valente
Edición de Andrés Sánchez Robayna
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2011

   Tras la muerte de José Ángel Valente en el 2000, la obra literaria del poeta orensano se enriquece con la aparición de un abundante material de apariencia autobiográfica escrito de modo discontinuo a lo largo de cuatro décadas. Estos inéditos, custodiados por su compañera Coral Gutiérrez, conforman una síntesis de claves intelectuales, y su diversidad integra relevantes signos del itinerario creador que se inicia en 1955 con el poemario A modo de esperanza y que finaliza con la obra póstuma La experiencia abisal, libro que compila prosas críticas, editado en 2004.
   En la meditada introducción, Andrés Sánchez Robayna -editor también del cuerpo lírico completo- comenta los aspectos formales del diario y el contexto vivencial de las distintas etapas de escritura. Concluye que el centro de reflexión de estos cuadernos es el problema de la identidad del sujeto. Esta indagación tiene en José Ángel Valente un amplio tratamiento. Por tanto el título de este diario no es una invitación al desconcierto: ¿Cómo se puede denominar diario anónimo si la autoría figura en el siguiente renglón de cubierta? Una anotación del propio Valente resulta clarificadora: “Diario anónimo: papeles inéditos de personajes que probablemente no existen, pero que de algún modo debieron haber existido”. Los escritos dibujan un sujeto textual diferenciado del protagonista biográfico, cuya experiencia se diluye y se inserta en un cauce expresivo universal.
   El diario incorpora también anotaciones íntimas que ayudan a conocer con más profundidad de campo la visión particular sobre lo doméstico; pero las anotaciones que prevalecen son los esquejes del taller de autor que en muchas ocasiones se configuran en su formato definitivo como poemas, ensayos breves, comentarios y consideraciones bibliográficas. Son indicios de un amplio litoral de intereses donde se reiteran, de forma intermitente, algunos núcleos temáticos de una escritura discontinua en la que se formulan dos cuestiones significativas: el acontecer diario en cuanto sujeto de enseñanza moral y el sentido final de la escritura. Son dos polos que dan al diario un carácter reflexivo; el estar contingente apenas late; ya se ha dicho: más que el anecdotario, los fragmentos acogen referencias bibliográficas, paráfrasis de citas y simples notas que formulan lecturas en ciernes. Por otra parte, el sentido de la escritura constituye en todos los géneros del autor una obsesiva pregunta sin respuesta.
   Hay un consenso unánime en considerar a José Ángel Valente una de las voces más significativas de la lírica hispánica de la segunda mitad del siglo XX, se integre en la llamada Generación del 50 o se destaque su reivindicada condición de pájaro solitario. La publicación de este diario anónimo, que agotó su primera edición en unos meses, da la oportunidad de entender mejor a un intelectual controvertido cuya literatura ofrece siempre luz y abrigo.

sábado, 10 de marzo de 2012

CECILIA QUÍLEZ. ÚLTIMA POESÍA.

  Desde que iniciara itinerario en 2004, Cecilia Quílez (Algeciras, Cádiz, 1965) ha entregado a imprenta cuatro poemarios, La posada del dragón, Un mal ácido, El cuarto día y Vísteme de largo. Esta senda constata una evolución en sus dos títulos más recientes, ambos publicados por Calambur.
   En el poema “Prólogo” de El cuarto día se dibuja un paisaje alucinatorio, una estela de desolación, que obliga a retornar a un punto cero: “El tercer día acabó conmigo y empecé de nuevas. / Los círculos van bien. Es una dicha / haber tenido un apartamento sin aval en la eternidad”. Se sugiere así que el cuarto día es un regreso a los elementos germinativos, lo que marca la configuración del libro, con títulos muy simbólicos. La vuelta desde el agua se plantea en el primer apartado, “Columna de peces”; el mar es ámbito y refugio frente al yermo territorio de la tierra firme; de ese estado está hecha la niñez, la ingenuidad que envidia la continua inmersión en la transparencia. Pero no existe un desarrollo argumental lógico; el viaje se narra en fragmentos, en poemas breves, en los que también caben rememoraciones y homenajes. Así se enuncia la presencia de Rafael Alberti: “Me llama Rafael desde las aguas / que yo también conozco. / Hoy por fin sus ángeles me llevan. Estoy más cerca. “. De esta primera parte el poema de cierre, “Regresar desde el agua” es el más significativo por la acumulación de imágenes de gran fuerza expresiva y por el hermetismo de sus nexos versales: “Prescindo del aire. Ironizo lo esencial sin advertencias. / La manada retorna del éxodo alucinatorio”. El segundo conjunto poemático supone un tránsito desde la transparencia hacia el orden. El protagonista verbal recupera materia entre los apuntes de lo cotidiano, inventa un tiempo aleatorio para buscarse y huir de la agonía o del hastío donde encuentran asiento las mismas cosas. Así cierra “Punto de fuga”: “Estoy muerta de orígenes / y viva de sucesos inmediatos. / Tránsfuga sepultada y pretérita / del verbo ser “.  La última parte, “Propósito de enmienda” sugiera intencionalidad moral, abandono del pasado para ceñirse a la realidad oscura del presente, aunque nunca se cierren los datos frágiles de la memoria. Un subtema  importante de este apartado es el erotismo; la plasmación del deseo tantea para ser aliento y resurrección, para fortalecer el impulso vital que permite vivir el simulacro de una existencia más honda.
   El poema final funciona como un epílogo; clarifica la semántica del cuarto día, asociado a resurrección y regreso. Sus versos no abandonan el clima onírico que postula la cercanía de una realidad transmutada, en la que no faltan paralelismos con pasajes bíblicos. El cuarto día postula una cosmovisión compleja, densa y simbólica, que trata de indagar en el sentido de lo existencial, sin recurrir al discurso especulativo y lógico.
  Aparecido en 2010, Vísteme de largo completa el corpus de la autora y expone ante el lector vetas y contrastes. Sugiere una propuesta de ruptura con el tiempo auroral y afronta un nuevo recorrido paso a paso desde una identidad a otra identidad: “Lo que hay detrás de una mujer / es otra mujer”; por tanto, asistimos a un diálogo entre dos voces; una, la del comienzo, porta pupilas infantiles, explora un mundo en el que todavía no cabe la decepción ni la sombra. La otra, es la que pone el cuerpo al vestido largo, la que convierte en fósil la inocencia y se instala en la duda y en el extravío. En esa relación dual se establece un pacto de coexistencia; cada yo desdoblado se singulariza por una sensibilidad que postula conceptos temporales diferenciados. El sujeto del presente es un yo que conoce el frío y la intemperie, que huye y se desvanece en conceptos de ida y vuelta. La de ayer era mágica portadora de un equipaje de sueños que el paso del tiempo debe ratificar; pero esta mirada azul está abocada a la decepción porque la realidad se rige por coordenadas de la experiencia que ayudan al sujeto a situarse en otra perspectiva: el sujeto define su identidad frente al mundo exterior y así evita cualquier tipo de frustración existencial. Poco a poco lo etéreo se desvanece para transformarse en lo posible.Vísteme de largo amalgama afectividad y reflexión, el rostro bifronte de quien conjuga tiempos que aprender a convivir en la mutación de identidades.

jueves, 8 de marzo de 2012

MUJER



Semana

Al trasluz despereza.
Sabéis la curvatura que tiene sus pestañas,
la boca fugitiva de carmín,
el paso apresurado de lunes permanente,
su escritura de humo
el martes cuando puebla
con niños algún parque.
El miércoles no está, tampoco el jueves;
somete a revisión sus pactos con el miedo.
El viernes recolecta lo inmediato,
el sábado descansa;
el domingo clausura el soplo frío
de un lunes que repite,
semana tras semana, itinerario.

      (De Mapa de ruta, Granada, 2010)

martes, 6 de marzo de 2012

BERTA PIÑÁN: EL DAÑO.

 La mancadura (El daño)
Berta Piñán
Trea, poesía, edición bilingüe
Gijón, Asturias, 2010

Dentro de las literaturas peninsulares, la escrita en asturiano ha conocido en el último tramo finisecular un insólito despunte. De ello daba cuenta Toma de tierra, compendio de José Luis Argüelles que selecciona treinta y ocho nombres. En ese mapa lingüístico la obra de Berta Piñán (Cañu, Asturias, 1963) personifica un sólido trayecto creador,  que arranca en 1986 con el poemario Al abellu les besties.
Amanece ahora La mancadura ( El daño), una entrega bilingüe de poco más de treinta composiciones, con un breve epílogo en prosa en el que describe agradecimientos, deudas y magisterios. Lejos del costumbrismo endogámico y tradicionalista, Berta Piñan conoce bien la poesía canadiense y norteamericana actual y su reiterada lectura, aliñada con voces femeninas de otros contextos, sirve para moldear una estética dibujada en su muestra Noches de incendio (1985-2002), en la que también afloran recursos expresivos habituales, similitudes estilísticas y variantes argumentales.
      Poco dada a la gratuidad experimentalista, hay en La mancadura poemas breves y evocativos    que  siembran en la percepción del lector postales de caligrafía afectiva. El tiempo se convierte en un elemento ontológico, y la memoria adquiere relieve a través de alusiones biográficas puntuales.En el trasfondo narrativo un puñado de personajes recrea un modo de existir reconocible, que tiene algo de crónica sociológica. Se enaltece la casa y lo lárico; en ese espacio protector se vivió el tiempo áureo, esa etapa que cobija  esperanzas e ideales, cuando el discurrir vital fluye entre labores sencillas y objetos cotidianos. A partir de ese ámbito germinal, un conjunto de pretextos define una sociología de época; el éxodo rural, la emigración, la apertura cultural de los flujos migratorios y los nuevos modelos de convivencia sirven de hilo conductor a un buen número de composiciones. En ese enfoque de la voz poemática hay un renacido socialrealismo,  una conciencia abierta en la que el yo se integra en un devenir colectivo con aspiraciones comunes.  
   Otro motivo central es la finitud, eje gravitatorio de cualquier poesía evocativa. Apenas un puñado de versos sirve para definir el precario enraizamiento del devenir existencial. Con lúcida precisión y palabra coloquial se constata en el poema “Saqueo”: “Te lo has llevado todo:/ los lunes, las semanas/ los besos cotidianos,/ la ropa de diario,/ las tardes de risas  junto al río./ Te lo has llevado todo: /incluso lo que nunca/ hubiésemos tenido”. Es una introspección reflexiva sobre la temporalidad que genera el vacío.
  Todo avance lírico se fundamenta en huellas verbales de  presencias literarias anteriores; de esa epigonía consentida nacen poemas  en los que se relativiza el concepto de originalidad, las palabras gastadas adquieren nuevos matices. Como argumentaba Luis Rosales “La sorpresa se gasta rápidamente. La emoción se repone”
Una composición significativa, gestada a partir de una enumeración caótica es “Genealogía” en la que el hilo argumental oferta un amplio muestrario de nombres que reflejan el yo femenino con todas sus aristas y en los que son reconocibles gestos convertidos en abstracciones de una sensibilidad: “La llama de un fósforo, en Park Avenue,/ en las manos ateridas de Margaret Randall,/ que alumbra ahora mi cigarro/ en la noche de Madrid;/ las garzas azules de Elizabeth Bishop/ que vienen a posarse en las orillas de estos versos/ y son también aquellas que perdimos…”.
El poema final, “Mitos de familia”, es una composición reflexiva que insiste en la idea del tiempo como un continuum que vincula identidades. Una cita de Kenneth Rexroth, uno de los padres de la contracultura norteamericana, clarifica la noción de destino y sirve de umbral a los versos que enlazan las pulsaciones de la infancia con esas sombras del pasado que se convierten en guías tutelares: somos en función de los otros.
Con frecuencia, el localismo de una lengua se asocia con una forma de sentir ceñida a un espacio autónomo e insular, con mínimos contactos con una realidad exterior. Sin embargo, los poemas de La mancadura constatan estímulos y sueños, explican el sustrato experiencial de conductas comunes; por eso irrumpen, emotivos e intensos, en la intimidad del lector, porque plantean sus mismas incertidumbres.
 

domingo, 4 de marzo de 2012

LA MÁGICA VARILLA DEL OLVIDO


LA MÁGICA VARILLA DEL OLVIDO

Hoy me ha besado el rostro
la mágica varilla del olvido,
y su contacto
me llena de poderes:
puedo tender la sombra de los sauces
en aquella ladera,
disipar los cansancios,
escribir con torpeza unas líneas de vida,
mellar el filo que siega la ternura
y... casi hacerte otra
que por siempre
te libere de ti.

(Así que puedes
-sonó el despertador-
sin miedo abrir los ojos )

    (De Rotonda con estatuas, Madrid, 1990)

jueves, 1 de marzo de 2012

EN EL CASTRO DE LAS COGOTAS

 

Una ramal secundario, que parte de la carretera de Valladolid, desemboca en la presa sobre el río Adaja, a escasos kilómetros de la ciudad de Ávila. El aparcamiento está vacío. En la entrada del mismo, una escultura reciente imita un verraco vettón.

Ascendemos lentamente hacia el castro de las Cogotas. El paisaje alterna bloques pétreos, arbustos y algunas encinas. Aridez de meseta continental.

En la altura persiste buena parte de la muralla, una mampostería de piedra que defiende en círculo y permite reconstruir imágenes muy nítidas de la vida cotidiana en el castro.

Entre los restos de la muralla, mi reloj no mide el presente sino el pasado. Intenso silencio. Escucho la voz de la piedra.

El habitáculo no sobrepasa el centenar de metros y sin embargo allí convivieron la fortaleza agreste, el templo, la austera casa, el almacén, la cuadra... indicios colectivos de una sociedad que ahora es páramo.

En algún sitio resuenan pasos. Los cazadores trazan un círculo de acoso, los artesanos tallan la inmóvil voluntad de la cantera; otras manos desbrozan los arbustos; un niño mira cómo se desdibuja su rostro sobre el agua.

Reflejos de una mañana de invierno. Sol tibio.

Soy el intruso que deambula entre los que no están.