lunes, 30 de enero de 2012

JOSÉ LUIS SEVILLANO: AMANECIDA.


La victoria en la derrota
José Luis Sevillano
I Premio Poesía Universidad de Oviedo
Ediuno, Oviedo, 2011

   Dentro de las promociones literarias más jóvenes se integra una tendencia que prefiere el despojamiento y la sencillez, que huye del esplendor metafórico y el ingenio verbal para centrarse en la rehumanización del contenido, a partir del sustrato autobiográfico y de la convivencia con legados poéticos reconocibles. Con esas premisas se escriben los versos de José Luis Sevillano (Oviedo, 1979),  nueva savia, como Rodrigo Olay, de la incansable tertulia Oliver que fundaran, en los ochenta, José Luis García Martín y Víctor Botas.
   Tras firmar colaboraciones en revistas como Hesperya, Letra Clara, El Alambique y Clarín, titula su amanecida La victoria en la derrota, un conjunto poemático organizado en cinco secciones de temática variable, que sugiere un tiempo escritural dilatado, que ensancha intereses y campos de observación.
   Coleridge presta los versos liminares que confortan el oficio y aglutinan consejos y palabras estimulantes. Pero el fruto final es la derrota, la consunción de un tiempo personal hecho ceniza, la conciencia de lo perecedero. El sujeto se desvela en construir su identidad; el discurrir del tiempo propende al espejismo y la constancia y los desvelos quedarán disueltos entre la sombra, como arena que arrastra el oleaje.
   Quien escribe parte de una posición de modestia; en “Glosa a un poema primerizo” se ejemplifican con un poema propio defectos habituales del taller de autor, los titubeos en el aprendizaje, aunque la culpa se mitiga con briznas de ironía y con la lucidez de quien sigue la senda marcada por cercanos magisterios. La ironía también es palpable en otros poemas como “Pesadilla”.
   La presencia sentimental se convierte en hilo conductor del segundo apartado, “La huella de mi cuerpo”, epígrafe procedente de un verso de José Cereijo. En “La huella de mi cuerpo” la relación personal es, al mismo tiempo, método de conocimiento y canto de afirmación. Pero el amor tiene substancia humana y es finito y caduco.
   Resalta el particular homenaje a Juan Luis Panero, en la sección con un único poema dedicado al autor de Juegos para aplazar la muerte. En el mismo texto se citan otros nombres que disiparon en su quehacer creativo el miedo a hablar de la sombra, y se glosan signos de identidad del maestro, sus obsesiones por el tránsito temporal, las presencias fantasmales y la devastadora realidad de la muerte.
   En el apartado “Anónimos y muertos” se emplea con frecuencia la reescritura de textos ajenos;  en esas versiones con guión previo están Ernesto Cardenal, o Julio Martínez Mesanza, aunque en momentos anteriores del poemario se emplea el mismo recurso con un poema de Francisco Bejarano. Los libros que dormitan entre los anaqueles polvorientos siempre muestran su disposición al rescate.
  Integrada en una serie de textos de asunto helenístico que eligen Grecia como escenario, la composición final, “Termópilas”, clarifica el título e integra los distintos subtemas en una única aseveración aplicable a los propósitos estéticos: “La lección de los griegos vivirá / esculpida en la lápida del tiempo: / alcanzar la victoria en la derrota”. Este planteamiento paradójico del sujeto  individual en el tiempo histórico también se formula en el devenir existencial del yo ante lo inmediato. Recuerdo de otro tiempo, la escritura es una búsqueda de sentido y transcendencia, una justificación que graba en mármol la voluntad  de permanencia. Como escribiera Francisco Brines, la poesía es siempre salvación de la vida.

viernes, 27 de enero de 2012

DIONISIA GARCÍA. NUEVOS AFORISMOS.

El caracol dorado
Dionisia García
Renacimiento, Sevilla, 2011

   Desde que firmara su primera incursión en la poesía, Mnemosine, llevada a puerto por Rialp en 1981, Dionisia García (Fuente- Álamo, Albacete, 1929) ha prodigado un incansable quehacer literario que aglutina poesía, relatos, aforismos e incluso una autobiografía novelada.
   El caracol dorado es una colección de aforismos que dibuja una sensibilidad moral; buena parte de los textos incide en la reflexión sobre las enseñanzas de lo cotidiano. Si es cierto que “abarcar el cromatismo de la vida es imposible”, el sujeto en tránsito mantiene un estado de búsqueda, ahonda en los matices, persiste en la tarea de observar las mutaciones y los pequeños gestos del entorno. De este modo de pensar y sentir surge el impulso de una escritura indagatoria que hace balance y postula enunciados aplicables a la experiencia. El libro prosigue el recorrido abierto en 1984 por Ideario de otoño, que halló continuidad, una década después, con Las voces detenidas. Debe su título a una impresión visual descrita, con prosa lírica, en la nota liminar: “…entre las hojas trepadoras, ví un caracol en movimiento. El rocío y el primer resplandor de la hora confluían en la concha del molusco, dando lugar a irisaciones que se tornaron doradas y atraparon mi curiosidad, atenta al meloso cuerpo, a su lentitud con la carga entre la yerba”.
    En apariencia encontramos una doble disposición, como si los textos se aglutinaran en dos casilleros: vida y literatura, aunque existen frecuentes interferencias. El primer grupo aforístico se acoge bajo la etiqueta de “Confidencias”, un sustantivo cuya semántica confirma la disposición de las palabras para entablar con el destinatario un diálogo a media voz, con voluntad de permanencia en la memoria. Pero el intimismo se preserva y el pudor de la piel se mantiene velado; se habla de la conciencia de ser, no de los trabajos y días de un yo personal.
   El segundo apartado se denomina “Artificios”; la voz parece difuminar el tono confesional y deja campo abierto a meditaciones sobre el arte en cuanto técnica, habilidad u oficio; en suma, se rastrean las virutas del taller literario para disentir del arte como regalo de los dioses y para reafirmar la consideración de la tarea del escritor como un largo camino de probaturas, errores y aciertos. La anotación sociológica o el rasgo cultural también encuentran sitio para mostrarnos la inquietud del otro.
   En su discurso sobrio, el aforismo se convierte en línea medular del pensamiento; sustituye la perífrasis por la sugerencia, al hilo de aquella aseveración de E. Jünger que afirmaba que los detalles estropean las cosas. Máximas y opiniones estiman cualidades y dejan a descubierto el fluir de la vida. Huellas y pasos, esfuerzos sin fisuras que buscan la verdad y la belleza.     

martes, 24 de enero de 2012

GASPAR MOISÉS GÓMEZ: PRINCIPIO DE LA SOMBRA.

Memoria y desconcierto
Gaspar Moisés Gómez
Versos, editorial davinci, Barcelona, 2011.

   Bien cumplidos los ochenta años, el abulense afincado en León Gaspar Moisés Gómez saca a la  luz un poemario impulsado por una nueva editorial catalana, precedido por unas palabras introductorias del profesor José Enrique Martínez. La dilatada práctica escritural ha multiplicado las estaciones poéticas y queda además una feraz cosecha de inéditos que, poco a poco, irá trazando el exacto perfil de una voz de aparición tardía y desprendida de cualquier etiqueta generacional.
   Libro de senectud, Memoria y desconcierto aglutina textos reflexivos sobre dos variables: el devenir de lo contingente y la muerte como llegada, como sombra final; son espacios argumentales que fomentan la indagación introspectiva, el despojamiento en los recursos y un tono de angustia ante la certeza de que somos una conciencia en tránsito, un itinerario que se inició en un estado adánico y auroral  en el que se celebra el asombro de ser hasta el ahora, una etapa que concluye entre los síntomas del deterioro. Estos signos de lo efímero se hacen más perceptibles cuando la conciencia se vuelca sobre el entorno en el que los sentidos son testigos de una dinámica de ciclos vitales; así se refleja en el poema “La luz del principio “: “Al borde de la nieve, rompen / las yemas del cerezo. / Amanece Dios / más temprano y mira, sosteniendo / en los ojos, tensamente, esa belleza / como nacida de la luz de su entraña. / Y en un gesto más que transparente, / como si nada se hubiera iniciado, / la flor empieza a revelar su nombre / en el abecedario y asombro de marzo “.
  El personaje verbal puede contrastar los signos del ahora con los indicios de la memoria; esa sensación de pérdida y de tiempo calcinado fomenta un estado de soledad y desvalimiento, dudas y confusiones se convierten en compañeros de viaje.
   Aunque persiste un tono general unitario en el conjunto, hay composiciones autónomas que recurren a personajes históricos para elaborar monólogos dramáticos en boca de sujetos conocidos. Podemos leer la invocación que la madre de Juan de Yepes hace a su hijo para que en su comportamiento prevalezca la razón y deseche cualquier idealismo.
   El cuerpo central del poemario está formado por soliloquios en los que el personaje confesional enuncia ejercicios meditativos que han adquirido un amplio consenso en el legado literario: la rosa de belleza calcinada, las disquisiciones metafísicas de Hamlet, el sinsentido de las relaciones causales o el apagamiento de la voluntad. Es el hilo argumental de una composición muy representativa, “Canción de viejo”, que se cierra con estos versos: “Canta un pájaro por ellos. Adiós. / Adiós. Memoria de otro tiempo. Adiós. / Cierran el libro que abrieran tantos años / a la vida. Y, con lo que callan, / zurcen la letra de un mortal silencio”.
   Memoria y desconcierto sitúa al lector en ese instante en el que se inicia la noche. Si la elegía permite recuperar el estado auroral de lo vivido, el pensamiento vela para hallar sentido a un tiempo que ofrenda una invitación hacia la nada Nos queda la palabra desnuda para recuperar el tiempo; más allá la insondable certeza del vacío.

domingo, 22 de enero de 2012

ESCULTURAS


Esculturas

En la soledad del taller, el escultor
consumió un tercio de su vida
en la investigación de nuevas técnicas.
Logró, por fin, un material ligero y maleable,
de alta sensibilidad.
La sustancia fue pronto monopolio del gremio.
Se multiplicaron los encargos
y la aquiescencia municipal.
En el invierno llegaron las primeras quejas.
Las tempranas nevadas
ocasionaron el nomadismo de las estatuas
y una floración de pedestales vacíos.

        ( Del cuaderno Insomnios, pág 13, Corondel, Valencia, 1998)

miércoles, 18 de enero de 2012

HILARIO BARRERO. ÁRBOL INGLÉS.

Lengua de madera
(Antología de poesía breve en inglés)
Hilario Barrero
La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011


   En el primer tramo años de la transición, tras el ocaso de la dictadura, Hilario Barrero (Toledo, 1946) viaja por motivos laborales a Nueva York, para trabajar como profesor titular en el CUNY; la estancia se prolonga hasta hoy. Allí desarrolla su perfil como poeta, traductor y  firmante de un extenso dietario, compuesto por cinco entregas. La muestra de versiones Lengua de madera acoge poesía inglesa en dos ámbitos geográficos, Gran Bretaña y Estados Unidos. El trasvase lingüístico arranca en los primeros meses de su periplo americano, con el aporte al castellano de un poema de Ezra Pound y ha ido creciendo hasta abordar una senda de cuatro siglos, representada por setenta y seis autores, con claro predominio de contemporáneos.
    Un recorrido tan extensa exige una acotación, siempre aleatoria y circunstancial. La cronología se inicia con Robert Herrick, párroco rural del siglo XVII, nacido en Londres, y autor de un poemario, Hespérides, que apenas tuvo incidencia crítica hasta su rescate, dos siglos después, por el crítico Charles Lamb, quien elogió su enfoque melancólico, su sentida palabra en la descripción de la belleza fugaz y su intimismo. Barrero destaca dos clásicos del siglo XVIII, Alexander Pope y Robert Burns. Los problemas de salud de Pope fomentaron el aislamiento y una temprana vocación en la que destacó su lucidez crítica y una poética de carga irónica y satírica,  definidora de actitudes colectivas o individuales, muy del gusto popular que ha convertido a Pope en un inventario de citas. Son conocidos los méritos de Robert Burns como fundador de la lírica tradicional escocesa y avezado precursor del movimiento romántico que acogerá las obras de Coleridge, Wordsworth y el apogeo creador de Keats, Byron y Shelley.
  Emily Dikinson personifica la luminosa amanecida de la poesía norteamericana. En ella habita esa soberbia sorpresa de la verdad interior expresada con delicadeza que convierte su obra es una cima. Reproducimos uno de los poemas seleccionados por Barrero: “Para hacer una pradera se necesita un trébol y una abeja, / un trébol y una abeja / y ensueño. / Bastará con el ensueño / si las abejas son pocas". No está en la muestra el poeta-río Walt Whitman, que tanta influencia ejerció en latinoamericanos como Vallejo, Neruda o Nicanor Parra. La voz americana encuentra una amplia representación en el siglo XX; anticipa el encuentro entre las dos orillas Stephen Crane, escritor y corresponsal de guerra que cubre varios escenarios bélicos de Europa. Él escribe el poema que da título a esta selección: “Había una vez un hombre con una lengua de madera / que intentó cantar…”. El pasado siglo anula distancias, los medios de comunicación y los progresos científicos desarrollan enlaces que dan una idea global de la economía y la política, a veces con consecuencias catastróficas como las dos guerras mundiales. Pero la literatura se beneficia del continuo intercambio, de esa sensación de vasos comunicantes compartiendo recursos expresivos. En la obra de  Housman, Yeats o Robert Frost hallamos una similar atmósfera creativa, y etiquetas literarias como The movement y la generación beat  ya no definen conceptos insulares sino colindantes con las dos geografías.
   El itinerario recorrido por la lírica inglesa en el arco temporal que une la edad moderna y el arranque del siglo XXI resulta decisivo. El idioma inglés se mantiene como primera lengua de Occidente. Son muchas las sendas exploradas y está muy poblado el canon de autores que ha propiciado una herencia cultural densa y caleidoscópica. Hilario Barrero sigue su evolución y la resume en textos breves entre los que abunda el epitafio, la reflexión sucinta donde se plasma la sensibilidad de una conciencia. El poeta y traductor nos deja en Lengua de madera una vehemente afirmación de pluralidad lírica, llena de emoción y encanto verbal.

domingo, 15 de enero de 2012

JUAN RAMÓN MANSILLA: SECUENCIAS.

Una habitación en rojo
Juan Ramón Mansilla
El Toro de Barro, Cuenca, 2011

   Docente en ejercicio y autor de investigaciones sobre distintos acontecimientos históricos, Juan Ramón Mansilla (Toledo, 1964) ha dejado un intenso rastro lírico en cuatro entregas, desde el amanecer en el 2000, Los días rotos, El rostro de Jano, Postdata y Fugaz,  y ha sondeado géneros como el relato breve o la crítica literaria.
   El libro Habitación en rojo es una colección de poemas que comparte una sostenida meditación existencial y un intento de clarificación autobiográfica. La mirada introspectiva busca dentro el sustrato vivencial y le concede un carácter cognitivo porque el ser, hecho al hilo de los días, nos convierte en viajeros de rumbo aleatorio, sobre una realidad cambiante y fragmentaria.
   La evocación es un ejercicio continuo del sujeto verbal; se recuperan imágenes que se empeñan en conservar un tiempo extinto y ponen un brillo ilusorio sobre el barniz de la melancolía; de ese estar solo libera la presencia del otro, la certeza de una respiración cercana con la que hacer más llevadero lo fugaz, incluso en situaciones de sombra, como en el poema “Cirugía”, que finaliza con estos versos: “El viaje de regreso hasta el cuarto: / un pasadizo interminable, / voces, contornos, bordados lentamente. / Como otros días la luz en la alcoba, / como tu cuerpo en el lecho, / como las formas, olores, recuerdos / de otras, tantas jornadas. “ No es un libro de amor al uso que concede a lo sentimental un curso abierto, pero el tejido emocional abriga y pone a cubierto.
  El devenir rutinario aglutina actos sencillos, percepciones de una dinámica previsible que se reitera en ciclos y nos va deshaciendo lentamente. El estar de una sensibilidad individual acumula secuencias y señales en los que se van precisando los contornos de lo que nos rodea. Así lo constata el poema “Analogías”; las palabras emplean su semántica para retener lo que apenas es un espejismo, los leves rescoldos que otras llamas dejaron y que encuentran en el poema una continuidad narrativa.
  No faltan alusiones procedentes de campos estéticos como la música, Schoenberg, la poesía, W. Auden, de quien se retoma un famoso verso del poema “Parad los relojes”, la pintura, Turner y Matisse, y se citan como pórticos del poema a Ungaretti, Dylan Thomas, Antonio Gamoneda, Cioran y a Raymond Carver; son irisaciones del legado cultural que conviven, sin ningún forzamiento, con el decurso natural de un verso confesional y descriptivo, nunca emborronado por el tic erudito.
   Juan Ramón Mansilla elige el presente como coordenada y bajo su techado recupera, con una sintaxis desnuda y coloquial, el territorio de la intimidad del yo en el que se encuentran las desiguales huellas de lo vivido. La perspectiva poemática de Una habitación con vistas tiene el aire de cercanía de lo que se quiere compartir, el lector es el destinatario de un estado de ánimo sin los circunloquios y veladuras del hermetismo; la palabra muestra el caminar de quien pasa cercano y sigue ruta.   

jueves, 12 de enero de 2012

INMA CHACÓN: EL YO FEMENINO.

Las filipinianas
Inma Chacón
Alfaguara, 2007

   La sociedad paternalista y agrícola de las postrimerías del siglo XIX mantenía un peculiar sistema de valores, un código de comportamiento en el que la mujer ocupaba un lugar secundario, siempre subordinado a la autoridad del varón. Y este estado de cosas se hubiese petrificado sin la brega diaria de anónimas sensibilidades femeninas que cuestionaron lo establecido y emprendieron sendas complejas. En esa línea de ruptura están algunos personajes de Las filipinianas, la segunda novela de Inma Chacón, tras su carta de presentación, La princesa india, editada en 2005.
   El desarrollo argumental de Las filipinianas aborda el devenir biográfico de las hijas de Francisco de Asis Camp de la Cruz, marqués de Sotoñal. El noble llega a la colonia española de Filipinas para cumplir el sueño de ser organista de la catedral de Manila y arrastra consigo a sus hijas, tres hermanas que en el nuevo escenario vivencial descubrirán su verdadera identidad, enfrentadas a una sociedad clasista y a un clima político turbulento, generado por los intentos independentistas de la población indígena. Antes han pisado el escenario de Alejandría, donde el padre ejerció como cónsul y donde muere la madre, Lucía Castellanos. El padre se vuelca en sus tres hijas, Mariana, la mayor deseosa de seguir la tradición familiar y volcarse en un matrimonio de clase alta, Munda, la más alegre y despierta, con una desbordada inquietud intelectual, y Alejandra, la protegida de una extraña dama llamada Inés. De las tres jóvenes es Munda la que con dieciséis años muestra más aspiraciones por el cúmulo de lecturas de la biblioteca familiar; está convencida de la masonería perfecciona al ser humano con ideales de igualdad, libertad y fraternidad, y percibe en esa filosofía una salida para la condición de la mujer; también quiere matricularse en la universidad y ser abogado. Cuando llega a Filipinas, una circunstancia personal le hace tomar partido por la causa indigenista y apoyar sus reivindicaciones, lo que ocasionará su alejamiento de su propia clase social, basada en la riqueza y en los privilegios. Allí multiplica sus conexiones con hermandades y logias masónicas.
   Inma Chacón mueve a los personajes de  Las filipinianas en el devenir de la historia. Recordemos que en el segundo tramo del XIX se producen en la península acontecimientos definitorios como la revolución de 1868, impulsada por los descontentos contra el régimen de Isabel II, el reinado de Amadeo de Saboya, la efímera implantación de la I República y la restauración borbónica que sufre el estrepitoso desastre del 98, tras la Paz de París en la que España perdía Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Es una época convulsa marcada por el turno de partidos, los movimientos sociales y la pérdida de las colonias. Hitos de un mundo en crisis reconstruido en una novela histórica con testigos presenciales.
   Las filipinianas exalta el sustrato sentimental y la voluntad de algunas mujeres, consecuentes con sus propios principios sobre la igualdad de géneros, cuya caracterización resulta inolvidable.

lunes, 9 de enero de 2012

JUAN RAMÓN ORTEGA UGENA: EL DOLOR DE LA PÉRDIDA.

Isidoro
Juan Ramón Ortega Ugena
Edición de autor, Zaragoza, 2011

   Para los que asedian las novedades de poesía en los estantes de las librerías, Juan Ramón Ortega Ugena es el creador del sello editorial “La poesía, señor hidalgo”, iniciativa cultural que impulsó una revista literaria y un amplio catálogo de autores de referencia del pasado siglo, siempre en formato bilingüe, y un selecto grupo de contemporáneos y voces emergentes. Ahora se integra en la nómina de creadores por una dolorosa circunstancia personal que le deparó casi una decena de poemas en el verano de 2008.
   El conjunto viene precedido por un extenso liminar, una reflexión que diserta sobre razones de su taller, repasa el legado elegíaco y deja constancia de una amplia formación musical. También siembra indicios del propio gusto literario; queda claro que sus predecesores no proceden de la tradición realista ni tiene afinidades con la etiqueta “Poesía de la experiencia”, que le parece un asunto menor de fin de siglo, cuajado de trivialidades.
   Tema central del prólogo es la cuestión pessoana sobre si la escritura es un ejercicio de simulación para detallar un dolor fingido; o si es fruto de la aflicción y, por tanto, testimonio causado por un dolor real. El nombre que da título, Isidoro, es el de un sobrino del autor, fallecido cuando contaba diecinueve años de edad. Su definitiva ausencia abre la redacción de un poemario donde lo evocado describe un desgarro sentimental. El concepto de dolor se materializa, incide en el devenir existencial y forma parte de la identidad.
   Se exige a la poesía de duelo sencillez, sinceridad y autenticidad, cualidades que aluden a una perspectiva en la que situar el enfoque de su escritura, acorde con el horizonte desangelado que nos deja la ausencia, cuando se siente la incapacidad de encajar lo sucedido.
   “Tambor”, el texto de apertura es un largo poema en el que la guerra –una forma indirecta de hablar de la muerte- es el eje en distintas etapas vivenciales del hombre. Si el tambor infantil es un simple juguete, tocado con inocencia y sin ningún belicismo, en la madurez propicia una reflexión sobre la impunidad de algunos criminales, cuyas tumbas el tiempo ha convertido en reclamo turístico o en placa urbana que denomina una calle. Ese estilo indirecto, en el que no se habla de una ausencia concreta sino de una situación vivencial, prosigue en las composiciones siguientes, con símbolos como el ángel manco que representa la falta de protección del niño y su exposición a la adversidad. Sólo los tres últimos poemas comparten el enfoque apelativo. Son largos soliloquios que buscan el mismo destinatario, recordando gestos y escenas compartidas.
   Hallamos en Isidoro un grito ensimismado, la caligrafía abierta de unos cuantos poemas escritos para cauterizar el dolor, para dejar constancia de que la existencia es sólo un hilo frágil.   

viernes, 6 de enero de 2012

JUAN ANTONIO BERNIER: MATICES.

Árboles con tronco pintado de blanco
Juan Antonio Bernier
Pre-Textos, Valencia, 2011

   Autor del poemario Así procede el pájaro, traductor e investigador, Juan Antonio Bernier (Córdoba, 1976) reside en Bulgaria desde 2008, donde trabaja como lector de español en la universidad de Sofía, y es un buen conocedor de la literatura centroeuropea actual, una circunstancia que aporta un rasgo de singularidad al personal enfoque de su trayecto lírico, reconocido en 2005 con el Premio Ojo Crítico de Poesía de Radio Nacional de España.
   Los poemas de Juan Antonio Bernier se definen por omisión; desde el despojamiento, configura estampas que fragmentan el discurso lógico y emiten sugerentes señales cuyo sentido ha de sondear el lector. Hay composiciones, como  la apertura “Área de sol” que comparten la nitidez estacional del haiku: “Oblicuidad / de este rayo de mimbre. / Estambre, / del verbo estar”. El texto prescinde de elementos narrativos para capturar sensaciones que definen un tiempo estático, hecho de quietud y ensimismamiento.
   En un espacio reducido y cómplice, el protagonista verbal descubre su mapa relacional con el entorno que así se hace punto de convergencia sensorial. Esa tendencia a eximir al poema de la retórica confesional introspectiva convierte algunos textos en expresivos apuntes minimalistas, en refugios del matiz. Leemos en “Perspectiva Nevski”: “Su paraguas naranja competía / con las cúpulas de oro “. El enfoque se repite en “Familia ciclista” y “Volveremos a Delfos”.
   Las formas materiales sugieren un relato donde convergen volúmenes, líneas, texturas y colores para que germinen las sensaciones del que contempla. Lo visual invita a la reflexión del yo sobre sus contrastes y sobre conexiones exteriores con la sensibilidad individual. Las palabras prefieren la objetividad del protagonista verbal frente a la interpretación moral de la realidad. Así sucede en “Relato pictórico casual” y en “Andalucía señalizada”, composiciones desarrolladas en tres secuencias, o en el poema “Blank”, término conceptual que remite a la fotografía y al diseño.
   Las poéticas de Juan Antonio Bernier optan por la apertura de sentidos, plantean sugerencias frente al texto cerrado y conclusivo. Algunos finales poemáticos difunden esta actitud frente a la escritura: “Un poema no se escribe con las manos”. También el poema “La idea” puede entenderse como un texto teórico sobre el proceso escritural: la voluntad de escribir exige un amplio periodo de documentación, pero esta circunstancia no proporciona argumentos sino que los poemas surgen de materiales difusos, de rastros leves, de esperas…
   Al margen de consignas de escuela, el recorrido lírico de Juan Antonio Bernier explicita las preferencias del autor por la imagen, la evocación plástica y la sugerencia; practica el apunte que esboza el rostro en tres o cuatro manchas, traza el perfil de una avenida con la claridad visual de un simple árbol con el tronco pintado de blanco.

lunes, 2 de enero de 2012

NICANOR PARRA: EL ANTIPOETA.


Parranda larga (Antología poética)
Nicanor Parra
Selección y prólogo de Elvio E. Gandolfo
Alfaguara, Madrid, 2010

   Los reconocimientos literarios son llamadas de atención para testigos circunstanciales y razones de actualidad para invitar a la relectura. Nicanor Parra (San Fabián de Alico, Chile, 1914) recibió en 2011 el Premio Cervantes –el galardón más universal de nuestra comunidad lingüística- por el conjunto de una obra lírica en marcha desde hace más de siete décadas. Del prolijo inventario producido podemos extraer rasgos comunes en la antología Parranda larga, una panorámica con prólogo y selección de Elvio E. Gandolfo.
   En el preliminar, el antólogo acentúa el viraje transgresor de Nicanor Parra y compara su aportación a la de Rubén Darío. Se habla de explosión, de giro profundo y de enlaces novedosos con el pasado cultural, con exploraciones insólitas.
   Fue en 1956 cuando empleó el término “antipoemas” un molde de notable relevancia crítica para expresar la renuncia a cualquier convención lírica y para adoptar un catálogo denominativo que se ha perpetuado en las aproximaciones a su obra hasta la saciedad: prosaísmo, vanguardia, situacionismo, emotividad, reciclaje, humor, savia surrealista…
  Para llegar a esta estética el autor recorrió un tramo de aprendizaje, formalista y convencional, con un enfoque próximo a los cancioneros tradicionales. Este tramo englobaría títulos escritos entre 1935 y  1943, una época de poesía diáfana, ajustada a formas con cadencia narrativa como el romance y con afinidades manifiestas con la canción popular o la poesía de Federico García Lorca. Con Ejercicios respiratorios se produce el cambio de rumbo hacia un verso libre, más oracular y prosaico. Pero el rostro más representativo de Parra se percibe en Poemas y antipoemas, título de 1956 que clarifica una búsqueda singular en la que persiste en títulos posteriores.
  Con caracteres de la poesía visual, el aforismo y el chiste, los “artefactos” pertenecen a la producción más iconoclasta y heterodoxa del autor. Amalgaman consignas reivindicativas, contingencia histórica y voluntad de provocación, como si fueran pintadas a mano alzada en el muro estático de la poesía convencional.
   La selección se cierra con dos textos teóricos útiles para subrayar creencias estéticas y principios de una escritura en movimiento continuo, que difumina géneros y límites y suscita en el lector sensaciones contradictorias. Casi a dosis iguales es previsible la admiración o el rechazo. Como escribiera en “Advertencia al lector”: “El autor no responde  de las molestias que puedan ocasionar sus escritos: / aunque le pese / el lector tendrá que darse siempre por satisfecho “.
   Mario Benedetti en el ensayo “Nicanor Parra descubre y mortifica” enaltece una escritura corrosiva que extrae su energía de un impulso moral y se somete a una simplificación deliberada. El chileno establece un fondo de verdad condescendiente con los desajustes a partir del humor o del sarcasmo. Nos deja la convicción de que el hombre, en muchas ocasiones, es una potencia de exponente cero.