viernes, 27 de mayo de 2016

ÁNGEL GONZÁLEZ. LA FUERZA DEL DESALIENTO

La fuerza del desaliento
Ángel González y la poesía del medio-siglo español
Pablo Carriedo Castro
Editorial Devenir, Ensayo
Madrid, 2016

LA PRIMERA POESÍA DE ÁNGEL GONZÁLEZ

Desde su gestación, el grupo del 50 no ha hecho sino afianzar un magisterio vigente y dar continuidad al paso firme de  promociones posteriores. Así lo constata el incansable fluir de monografías, debates y ensayos que exploran el legado de sus nombres más relevantes, entre los cuales es vértice cimero el poeta ovetense Ángel González (1925-2008). Al primer tramo de su travesía dedica un detallado enclave crítico Pablo Carriedo Castro (León, 1978), doctor en Filología Hispánica, especialista en Teoría Crítica y autor del volumen Pedro Garfias y la poesía de la Guerra Civil española.
   El prólogo incide en la relevancia del asturiano y su proyección intelectual y expone los motivos que justifican la lírica inicial de Ángel González como argumento reflexivo. Es el tramo donde se moldea la personalidad creadora que entregas posteriores fortalecen con manifiesta coherencia. La etapa abarca las entregas Áspero mundo (1956), Sin esperanza, con convencimiento (1961), Grado elemental  (1962), Palabra sobre palabra (1965), Tratado de urbanismo (1967) y el libro de cierre Breves acotaciones para una biografía, editado en 1969. En suma, una cosecha con un entorno biográfico condicionado de lleno por la realidad histórica. El sujeto verbal interroga, juzga, asiente y elabora trazos de un discurso ideológico y de una sensibilidad característica. El yo no se repliega sobre sí mismo porque el devenir resulta ineludible. De este modo, la escritura se convierte en testigo y conciencia de ser. El arte poética se reconcilia con la verdad de la Historia y asoma en cada poema una reflexión sobre el tiempo.
  La fuerza del desaliento. Ángel González y la poesía del medio- siglo español plantea en su arranque una intensa indagación sobre los días de infancia, donde se producen dos acontecimientos con inmediatos efectos secundarios: la revolución minera asturiana del 34, que lleva como coda una feroz represión, y el pronunciamiento militar de 1936. Para recrear el periodo el ensayista recurre con frecuencia a la novela de Luis García Montero Mañana no será lo que Dios quiera, sondeo biográfico de gran verosimilitud porque se basa en los recuerdos del poeta y en las anotaciones de carpetas destinadas, en principio, a elaborar un diario personal.
   De estas páginas emerge la idea de la niñez como etapa áulica, un paraíso feliz en el que todo sucedía a resguardo. La existencia guarda un espacio de luz, una recreación idealizada y sin fisuras. Por tanto, el entorno es un elemento clave de la educación sentimental que muda con severidad en el trascurso de la guerra civil. Cuando concluye la contienda es otra la identidad: el niño deja en el umbral a un joven marcado por la derrota republicana que debe adaptarse de inmediato a una situación familiar sombría. La nueva España es un país quebrado, con ánimo revanchista, donde se imponen las líneas centrales del nacionalcatolicismo. La cultura se tutela y en ese monopolio ideológico no hay grietas: es la primavera del endecasílabo que convive con el ideario falangista.
  El tiempo discurre lentamente. Ángel González concluye bachillerato y comienza a estudiar derecho y diversas asignaturas de Magisterio. Es la etapa, entre 1946 y 1949 en la que se escriben los primeros poemas. Vive un paréntesis de tres años, recluido en Paramo del Sil, en la montaña leonesa, donde se cura de una tuberculosis. Allí lee obras esenciales en su formación. Resultan decisivas la Segunda antología de Juan Ramón Jiménez, y algunas salidas de la generación del 27, junto a la antología sobre poesía española contemporánea preparada por Gerardo Diego. En estos libros encuentra un amplio repertorio de modelos e influencias. Esta biblioteca formativa crece al regreso cuando toma contacto con la poesía social en las voces de Blas de Otero, Gabriel Celaya, José Hierro y otros antiformalistas. Mientras, aparecen algunos trabajos en prosa como crítico musical de un periódico asturiano.
   Otro apartado del libro describe la foto de grupo del medio siglo. La generación del 50 aglutina identidades que se mueven en un tejido sociológico cubierto por un magma totalitario que persigue cualquier apertura ideológica. Se ve en el análisis de variables del momento: la vigencia de la censura, los grupos editoriales más representativos, las revistas que muestran los nombres en boga y la andadura del incipiente movimiento realista donde desemboca la literatura de Ángel González.
   El crítico valora el relieve que tuvo la instalación en Madrid y la mano tendida de Vicente Aleixandre, a quien conoce a través de Carlos Bousoño, amigo de infancia y ya reputado poeta y ensayista. Allí asiste a tertulias, establece contactos personales, y suma amistades valiosas. También vive temporalmente en Sevilla y en Barcelona, donde Manuel Lombardero le consigue un puesto de lector y corrector, y donde nace su obra en prosa, El maestro, un texto didáctico que enaltece la función social de la docencia.
  1956 es un año decisivo para el escritor. Aparece Áspero mundo, reconocido con un accésit del Premio Adonais, y entabla relación con el núcleo central de la Escuela de Barcelona, en un proceso de acercamiento amistoso que servirá más tarde como efectiva plataforma. El ámbito amical será una constante del grupo – así lo subraya el aserto de Carme Riera: “partidarios de la felicidad”- que no impide el camino en solitario de cada integrante. La arquitectura creativa de Áspero mundo descubre los elementos esenciales del recorrido posterior: la voz testimonial, el estado de incertidumbre ante la realidad, la restauración onírica del pasado y de las ilusiones, la perspectiva amorosa o el componente existencial. Son señas de identidad que permiten adivinar trazos del dibujo general de Ángel González.
   La montaña bibliográfica que ha acumulado el sesgo creador de la generación del 50 casi anula el descubrimiento de facetas novedosas o inexploradas. Ahí están, rotundos e inalterables, los acercamientos de Emilio Alarcos Llorach, Laureano Bonet, Carme Riera, junto a las páginas autobiográficas de Carlos Barral, José Manuel Caballero Bonald, o Jaime Gil de Biedma que comentan con voz testimonial y directa las contingencias personales. El trabajo de Pablo Carriedo, minucioso y expansivo, completa y da continuidad a sendas ya trazadas y aglutina con precisa cronología el tramo inicial de Ángel González, con un enfoque argumental notable del contexto histórico. La fuerza del desaliento condensa el fluir de una existencia creadora en íntima empatía con su época. Despliega el legado de una voz que personaliza la mejor tradición de nuestra poesía. 
 
        

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