miércoles, 2 de noviembre de 2016

EMILY ROBERTS. LA TRAMONTANA

La Tramontana
Emily Roberts
La Isla de Siltolá, Narrativa
Sevilla, 2016

CONTRA LA CORDURA

  La trayectoria de Emily Robert (Ávila, 1991), becaria de investigación  en el departamento de Filología Inglesa II de la Universidad Complutense de Madrid, aglutina poesía, relato y novela, ondas expansivas de un afán creador que personifica una incisiva búsqueda de análisis, un rastreo de las mutaciones al paso de una realidad cambiante que afecta a cada identidad.
Tras la novela corta Lila, que vio la luz en 2011 en Ediciones Oblicuas, aparece La Tramontana, una ficción argumental que  yuxtapone tres voces narrativas. La de Eva busca sitio en una demorada huída interior. Desde los primeros pasos de su matrimonio, la ilusión inicial se quiebra. Fractura la calma de lo cotidiano ese incansable vendaval que asola cristales y alienta un estar depresivo y maniático que solo encuentra calma en la somnolencia de los fármacos y en un obsesivo afán de limpieza. Menorca, aquella isla que un día fue una geografía hospitalaria para la convivencia, se ha ido oscureciendo hasta ser un lugar de hastío y desencuentro, en el que van creciendo las hijas y las manías, donde se van agotando las excusas para ser feliz o para compartir. Ahora, la convivencia de pareja es un tallo reseco que busca en el interior otra tierra firme, donde no sople el desmesurado aliento de la tramontana. La isla desaparece en el álbum grisáceo de los malos recuerdos pero sus efectos secundarios perduran como una enfermedad larvada. Un día afloran, mientras el cuerpo muestra su desgaste y abandona en un rincón del parque el mínimo inventario de razones que permite el regreso a la cordura.
  La segunda voz es la de Mónica, la hija que poco a poco abandona la ingenuidad infantil y recorre sendas de un aprendizaje sentimental que se ensancha cuando su madre cumple cincuenta años y conoce a Nico en sus primeros meses universitarios. Mónica no sabe lo que significa la enfermedad de su madre ni entiende cómo el cansado organismo de Eva se ha contagiado. Tampoco entiende la forma de vivir de una familia que solo comparte decepciones y silencios, que ha ido abandonando sueños en un anunciado fracaso personal que asume como propio la neurosis, esa secuela maldita de la isla que empañó los días áureos de la niñez, cuando pudo encontrar la complicidad del padre, siempre pendiente de su trabajo y de la bonanza económica familiar y siempre dispuesto a buscar fuera de casa algún rescoldo sentimental. A duras penas, supo dibujar un mapa de afectos con su hermana Sonia que, poco a poco, se fue alejando hasta casi convertirse en una extraña, siempre ausente.
   Por último, es Nico quien personaliza el tercer enfoque narrativo, cuando lo social se ensancha y busca manifestarse en un entorno histórico castigado por la desigualdad económica y la falta de futuro de algunas utopías revolucionarias. El joven antisistema es un líder estudiantil que, aunque procede del conformismo burgués, antepone ideología y acción a los sentimientos, como si el orden de las cosas exigiera conceder al intimismo un papel secundario. Nico se obstina en crecer hacia fuera para exprimir cada circunstancia, para cambiar lo previsible, incluso desde la violencia con tal de que su mensaje reivindicativo prenda llama. Ese reto de su destino personal también lo convierte en un ser vulnerable, incapaz de controlar emociones y sentimientos y en una conciencia cuya apuesta por la libertad le obliga a afrontar las duras consecuencias.
   Las tres voces de La Tramontana personifican una actitud de resistencia frente a la piel cuarteada de lo real; se empeñan en rechazar un entorno pasivo que aplasta la felicidad personal, como si condenara a la existencia a compartir mesa con la locura, mientras fuera se escucha un ruido absurdo que no se desvanece, un viento frío que empuja hacia el abismo.


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