viernes, 24 de marzo de 2017

AUGUSTO RODRÍGUEZ. EL LIBRO BLANCO

El libro blanco
Augusto Rodríguez
Prólogo de Rafael Courtoisie
Chamán Ediciones, Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2016

 ANTOLOGÍA PERSONAL


  Los rasgos literarios de Augusto Rodríguez (Guayaquil, Ecuador, 1979) expanden un esfuerzo plural que deja itinerarios por la poesía, el cuento, la novela, la colaboración periodística y el ensayo. En tan amplio bagaje resalta su labor poética, con versiones a una decena de idiomas y reconocida por un largo inventario de premios nacionales. El legado que integra El libro blanco abarca el arco temporal entre 2003 y 2016, una amplia memoria de libros entrelazados cuya impronta se analiza en el liminar del poeta, narrador y ensayista Rafael Courtoisie. Así define el escritor uruguayo su experiencia lectora: “Eludir el lugar común y buscar la carne metafísica del hueso, patentizar no el dolor  sino el pensamiento, la reflexión y el juego estético que surge del dolor en un proceso consciente de construcción son algunos de los elementos con que Augusto Rodríguez erige su proyecto: una poesía fina y penetrante como una aguja de acero, una poesía cuya extensión es máxima como el concepto de ser pero cuya intensidad, paradójica, extraña, se concentra en un punto de belleza singular insoslayable”.
   Uno de los magisterios centrales de la tradición latinoamericana, Rubén Dario, al mirarse en el espejo de su propia poesía argumentaba: “Yo no soy un poeta para las muchedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas”. Una de las estrategias de acercamiento a la sensibilidad del otro es convertir el poema en experiencia interior, conseguir que los versos formen parte de la conciencia crítica. Augusto Rodríguez abre itinerario con una selección de Matar a la bestia, obra editada en 2007. En ellos la identidad verbal adquiere una contundente configuración. Quien habla desde sí mismo ofrece la poderosa imagen de un ser que desdeña cualquier ingenuidad; en la textura del sujeto interior está la contradicción y están las huellas de un largo periplo personal que pone en relación con un mudable contexto afectivo.
  En el volumen que aporta el título a esta antología, El libro blanco el poema en prosa se convierte en única estrategia expresiva. Sin duda, la figura del padre determina el signo del hilo argumental. Los poemas avanzan en una densa renovación espiritual y expresiva que nace en la epifanía inicial del recuerdo. La presencia paterna ocupa el espacio completo del pasado y se va desplazando hasta la evocación en un movimiento constante donde conviven actitudes y gestos. El recorrido hasta la muerte por una enfermedad terminal va acumulando un extraño patrimonio que el ahora se empeña en definir desde la herrumbre y el dolor, porque la muerte ha devorado cualquier brizna de ternura para convertir la existencia en un páramo yermo.
   En esta situación, el poema se convierte en catarsis; es la única herramienta con capacidad de respuesta frente a la intemperie, el vacío y la desolación. Su impulso, hecho de reflexión y sentimiento, amasado por la angustia, crea un puente nuevo entre el despliegue cartográfico de la memoria y la claridad de amanecida que promete el futuro.
   Otro título con amplia representación es La enfermedad invisible (Generación Espontánea, Ciudad de México DF, 2012). En su edición autónoma estaba precedida de un liminar firmado por Jorge Boccanera. La nota del poeta argentino, titulada “Relatar el naufragio”, enunciaba esa sensación de pesadilla que acompaña el discurso lírico de Augusto Rodríguez al compartir en sus versos una dolorosa secuencia de visiones. Con ecos del malditismo de CH. Baudelaire y del cauce onírico de Lezama Lima, Augusto Rodríguez contrapone el dolor y la imposibilidad de adentrarse en su esencia, como si constatase un dogma de partida: “Nada tiene que ver el dolor con el dolor”. Lo indefinido se asienta ajeno al tanteo semántico de las palabras y a su afán por esclarecer; la voluntad indagatoria no consigue su propósito. Así lo enuncian los renglones finales de “la batalla está ardiendo”: “(…) No somos aptos para entender ni para descifrar lo que tenemos que entender y solo vivimos engañados con nuestro limitado río interior”
   El tono explícito aleja de la gesticulación y el verbalismo. El rótulo El libro del cáncer desvela sin concesiones la idea central que genera el discurso. El yo verbal sabe cuánto quiere decir, recurre a la evocación para traer hasta el presente las mañanas vitales de un tiempo habitable. La infancia permanece, forma parte de la profundidad del ser como un eje sólido. Pero lo transitorio es condición y es también un largo proceso cognitivo que disuelve la pupila feliz de la inocencia. Las imágenes del dolor incrustan sus fragmentos y sus dubitaciones y corresponde descifrar su sentido, llegar hasta la última frontera: la vida es más allá.
   Los poemas en prosa del cierre conforman el conjunto Las águilas del adiós, y tienen como entrada una sugerente cita de Edmond Jabès que habla de la escritura como certeza del largo itinerario hacia el vacío. El lenguaje se mira a si mismo para exponer su ars poetica. El mapa verbal muestra con lucidez desencantada que “la escritura es un bosque que nos descifra las orillas de nuestra muerte”; por tanto la existencia tiene mucho de naufragio y singladura hacia la última costa: “Naufragamos a la intemperie de nuestras conciencias, a espaldas de la realidad de los huesos y de las razones”.
   Desde Ecuador, Augusto Rodríguez nos entrega en El libro blanco un acercamiento referencial a su travesía poética. El escritor encuentra en la carnalidad de las palabras el material exacto para desterrar complacencias y espejismos oníricos. Los versos saben que el dolor, la ausencia y el vacío son los vértices al paso de ese extraño triángulo que llamamos vida.

   

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