sábado, 31 de marzo de 2018

EL MAL JARDINERO

Recolección



  
JARDÍN

           A María Fernández Cuello

Miran las nubes
los higos sobre el césped;
el nudoso equilibrio
de la pulpa en sazón
solo retiene el roce presentido
de las plumas.

Insistente perdura
el olor del derrumbe.
Contemplo entre el verdor
ajado de los riegos
la senda comunal de las hormigas,
su tangible mensaje:
El agua es aridez
y el tiempo de labor es un baldío
que está fuera del verso.

Esparcidos y tristes,
se diluyen los higos
hechos materia informe.
En su carencia habita
la prueba inculpatoria;
soy un mal jardinero.
La soledad en mí no guarda frutos.


(En Donde está el fuego 7, Cuadernos de Humo Veinte) 


viernes, 30 de marzo de 2018

LA GRIETA

Caligrafías y tactos



LA GRIETA


   Con sosiego, inadvertida, la grieta se adhirió un amanecer a la pared frontal del dormitorio. Cuando la descubrí era solo una semilla negra, un poso de sombra. Poco a poco aumentó su tamaño hasta convertir la estela en caligrafías laterales. Ahora, a través de sus trazos puede verse un paisaje cambiante que en los días ventosos deja en el dormitorio arenas y hojarascas, ramas leves y esquejes de rosales.
   Sobre la pared, sigue aumentando. Concede a mis sentidos la fugaz sensación de abarcar todo. Hoy, al despertarme, mostraba un trozo de mar y sobre el techo gris del dormitorio un pulpo adormecido encogía  tentáculos.

(De Cuentos diminutos)







viernes, 23 de marzo de 2018

LUIS GARCÍA MONTERO. ROPA DE CALLE (Tercera edición)

Ropa de calle
Antología poética (1980-2017)
Luis García Montero
Edición de José Luis Morante
Cátedra, Letras Hispánicas
Madrid, 2017


POETA CON ROPA DE CALLE


   Existe en la perspectiva creadora de Luis García Montero (Granada, 1958) una clara propensión a hacer de la normalidad un rasgo distintivo. El alter ego verbal  viste con ropa de calle; rechaza por igual la túnica del místico y la indigencia de la proclama que disimula harapos detrás de un sermón de buenas intenciones. En su voluntad de desacralización rechaza la imagen del vidente, proclamada por Arthur Rimbaud,  y el mono de trabajo del realismo sucio.
   Este sosegado respirar no debe interpretarse como actitud acomodaticia sino como pertenencia a un vecindario; las palabras suenan en boca del portavoz de una ciudadanía con la que comparte rasgos cívicos. La premisa toma cuerpo en el repertorio teórico y en las sucesivas artes poéticas:

                               Ya sé que otros poetas
                               se visten de poeta,
van a las oficinas del silencio,
administran los bancos del fulgor,
calculan con esencias
los saldos de sus fondos interiores,
son antorchas de reyes y de dioses
o son lengua de infierno.

Será que tienen alma.
Yo me conformo con tenerte a ti
y con tener conciencia.

       (“Poética”, Completamente viernes)

  El dominio lingüístico del granadino recorre distintas fases matizadas por la crítica con un amplio etiquetado, ya de uso común: La Otra sentimentalidad, la poesía de la experiencia, el realismo singular o el romántico ilustrado. La veta teórica de “la otra sentimentalidad” surge en Granada en 1983; integran el núcleo originario Álvaro Salvador, Javier Egea y Luis García Montero; los tres impulsan el manifiesto La otra sentimentalidad donde se pregona “la radical historicidad del discurso ideológico”, ampliamente defendida en su ensayística por el profesor Juan Carlos Rodríguez. Recuperan el concepto de sentimentalidad expuesto por Antonio Machado a través del heterónimo Juan de Mairena: “Los sentimientos cambian en el curso de la historia y aun durante la vida individual del hombre. En cuanto resonancias cordiales de los valores en boga, los sentimientos varían cuando estos valores se desdoran, enmohecen y son sustituidos por otros”. Otro supuesto remite a Jaime Gil de Biedma: “el poema es  también una puesta en escena, un pequeño teatro para un solo espectador que necesita de sus propias reglas, de sus propios trucos en las representaciones”. Es decir, el arte de hacer versos es un simulacro, una mentira que deja en evidencia  a los que entienden “la poesía de la experiencia” como una página confesional.
   Deletérea en los contornos generacionales pero contundente en su definición práctica, y tendencia dominante en el cierre de siglo, “la poesía de la experiencia” fue una opción estética cuyo nombre deriva del ensayo de Robert Langbaum The Poetry of Experience, una indagación sobre el monólogo dramático en la herencia literaria moderna. Al repasar su quehacer lírico en “Dedicación a la poesía”, García Montero escribe: “La llamada poesía de la experiencia no surgió de un deseo biográfico, anecdótico, sino de la toma de conciencia de que la poesía es un género de ficción, en el que el personaje literario servía para adjetivar las meditaciones y los sentimientos particulares más íntimos, protagonizando así un proceso de conocimiento”.
  El rótulo “El realismo singular” se emplea por Luis García Montero al reflexionar sobre la individualidad y la historia, sobre la imbricación del yo cuando forma su educación sentimental en el espacio social. Para Darío Villanueva “el realismo constituye una constante básica de toda literatura, cuya primera formulación se encuentra en el principio de mímesis establecido por la Poética de Aristóteles”. La recreación de la realidad permite enfoques diferenciados, abre campo a la respuesta personal y a la perspectiva insólita que subrayan el carácter de construcción verbal; la voluntad del yo impulsa un principio activo que trasciende la mera observación. Comparto la aseveración de Jorge Riechman de que el realismo es una actitud frente a lo real y no un catálogo de procedimientos de representación; la escritura realista se define por su apertura hacia lo contingente.
   El epígrafe “el romántico ilustrado” conexiona sentimiento y razón y los convierte en postulados complementarios. La herencia becqueriana se asocia con la lógica interior de una sensibilidad prisionera de su propio solipsismo; el individualismo se focaliza como paisaje irreductible;  es Antonio Machado el primero en hablar del tú esencial, de esa otredad complementaria. Para un adecuado desarrollo moral el sujeto hace suyo el espíritu ilustrado, la melancolía de Jovellanos. El dominio de la razón plantea la pertenencia al mundo, el contrato social, la necesidad de la norma,
    También resulta válida la denominación “poesía urbana”; la ciudad funciona como un paisaje escénico del sujeto verbal, el sitio -Granada, Madrid, Nueva York- pertenece al imaginario callejero de la palabra; constituye un ámbito afectivo y relacional que hace memoria de lo cotidiano. No es la nocturna ciudad de Baudelaire, símbolo de soledad y desarraigo, ni el callejero inhóspito que Rafael Alberto cuestiona porque muda la identidad del sujeto hasta convertirlo en un hombre deshabitado. Al recorrer sus calles el yo poético advierte las dudas e incertidumbres del presente, la defensa de unas convicciones, las huellas de otros paseantes con itinerarios que marcan con sus dudas la conciencia de un tiempo. Como enuncia en el ensayo Los dueños del vacío: “La ciudad se configura como territorio de la modernidad poética porque es el lugar en el que se descubre la velocidad, la aceleración de la historia, pero en un movimiento sin sentido, que separa a la conciencia y sus verdades del trayecto determinante de los dogmas”[1]
   José Luis García Martín enriquece el criterio clarificador con el epígrafe “poesía figurativa” en el que se destacan rasgos como el rechazo de la vanguardia y de la falsa novedad, el empleo de un léxico coloquial y comunicativo, el cauce argumental abunda en temas reconocibles, elaboración artística de  lo autobiográfico y creación de un protagonista verbal que encarna a una contrafigura del propio autor que se mueve en el espacio autónomo de la ficción.
   Las etiquetas enlazan su semántica con evidentes signos de continuidad y explican la gestación de un recorrido pautado y de una sensibilidad sin disidencias ni quiebras internas. De ahí que el protagonista verbal conserve su condición y “se considere marxista y pensativo, tiene el carácter fácil, está muy atado a la vida y cuando le preguntan por su trabajo suele responder que es profesor de literatura medieval”[2].
   Aunque hay similitudes entre el yo biográfico y el sujeto verbal existe una continua objetivación de la intimidad. El lector sabe que existe una convención principal por la que el escritor atribuye su enunciación a un sujeto imaginado. Esa es la lógica del mundo posible que erige el poema.
   Con un profundo sentido orgánico, esta voz personal se integra en una genealogía que enlaza el discurso ilustrado, el romanticismo, Antonio Machado, el espíritu vanguardista del 27, el realismo testimonial e impuro de Blas de Otero y Gabriel Celaya y la nómina casi completa de la generación mediosecular. Como ha escrito Laura Scarano “funda una palabra con vocación de novedad y conciencia de familia”. Según Luis García Montero: “las palabras están en movimiento, como la tradición y las obras de arte, según las conocidas ideas que Eliot expuso en “la tradición y el talento individual”. El escritor no sólo hereda una tradición, sino que rehace la tradición con una obra nueva, porque reordena el pasado con un cambio de perspectiva”.
    Esta tercera edición de Ropa de calle reúne una amplia muestra poética, desde el temprano Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn (1980) hasta el libro A puerta cerrada (2018). En Ropa de calle se puede apreciar la fuerte trabazón entre intimidad, cultura y pensamiento y el avance al paso de una obra que hace de la poesía un ejercicio de conocimiento; la escritura propone una indagación en la identidad que quiebra los márgenes del yo ensimismado, supera la meditación del espacio privado y reafirma el nosotros porque es consciente de la crisis de valores y de la necesidad de resistir aportando su palabra al vocabulario social. En su honda captación de lo colectivo, la poesía de Luis García Montero es un empeño por construir un porvenir habitable.



[1] Luis García Montero, Los dueños del vacío, Barcelona, Tusquets, 2006, pág. 103.
[2] Poética en Postnovísimos, edición y antología de Luis Antonio de Villena, Visor, Madrid, 1986, págs.. 74-76.




jueves, 22 de marzo de 2018

ÁNGEL MANUEL GÓMEZ ESPADA. VENTANA DE EMERGENCIAS

Ventana de emergencias
Ángel Manuel Gómez Espada
Huerga y Fierro Editores, Poesía
Madrid, 2018


SIEMPRE ES LUNES

   Codirector de la revista digital El coloquio de los perros y opositor activo para integrarse en la docencia, Ángel Manuel Gómez Espada (Murcia, 1972) se incorporó a la poesía en la amanecida del nuevo siglo con Melodías en la otra orilla. Casi tres lustros más tardes aparece Cocinar el loto, que sirve de apertura a una etapa creadora en la que se suceden plaquettes y libros como Postales en un cajón de galletas, todavía inédito, la reedición de Los hijos de Ulises y el cuaderno  Hotel Baudelaire. Son entregas en las que emana una perspectiva existencial marcada por la circunstancia histórica, que podría integrarse en el marbete crítico, siempre difuso en sus límites, “poesía de la conciencia”, o, con mucha más precisión conceptual, en los esteros del  neorrealismo social, cuyos temas básicos son la habitable frialdad de lo contemporáneo, tan necesitada de ventanas de emergencia, la objetividad de un entorno que ha perdido el asombro y marca un tiempo donde siempre es lunes y el poblado laberinto interior, repleto de sombras e incertidumbres, casi nunca contagiado por las coordenadas sentimentales.
  Ángel Manuel Gómez Espada descubre de inmediato su manera de entender el hecho literario. Así lo muestran con lapidaria objetividad los dos poemas-pórtico que sirven como destructores de tópicos. En “visita inesperada” se recupera un asunto jaleado por la historiografía ensayística: el concepto de inspiración. Frente al ideal romántico del poeta perdido en la ensoñación y en las nubes de lo trascendente, el enfoque neoclásico postulaba una escritura que hace de la razón principio cardinal para regular el vuelo creativo con itinerarios de sencillez y contención. El poeta murciano concibe el término como una noción íntima en la que habita el concepto de resistencia personal; la voluntad del sujeto es capaz de mudar las circunstancias individuales en emoción estética, en un oficio capaz de “desnudar las dudas”.
   El espacio urbano y sus mutaciones se convierte en el líquido amniótico del poema, pero no para dispersar elementos formales sino para propiciar un espacio existencial en el que se expande el oxígeno de lo personal. Es un lugar de encuentro en el que se entrelazan la umbría, los afectos, y ese espejismo esperanzado que hace del futuro semilla y certidumbre. Pero en él caben también los desahucios de tantas utopías y los daños colaterales de la crisis que convirtió a muchas identidades en náufragos incapaces de hallar la tierra prometida: Nunca busques supervivientes / entre las ruinas. / Podrías encontrar / a quien menos te lo esperes. / A ti mismo, / por poner un ejemplo”
   El profundo surco de lo cotidiano obliga a diseñar algunas estrategias de supervivencia. En ellas juegan papeles esenciales la evocación, aunque nunca idealice esos latidos del tiempo pasado, o las presencias afectivas que dejan en el hombro con hombro un lugar habitable. La amistad sabe el color del silencio. Así lo refleja el poema “Reencuentro con amigos” que aborda con acierto la necesidad de una textura sentimental que propicie anclajes en la fragmentación de una realidad absorbida por lo erosivo.
   El poemario se cierra con una serie ambientada en ese perfil laborable de la derrota personal en el que van tomando cuerpo incisiones y cortes. Son las arritmias del existir que tanto contribuyen a cegar los ventanales de la amanecida.
   Concluyo. Una cuestión esencial de la poesía contemporánea es la construcción del personaje poético. Su moldeo marca el punto del salida del poema y concede a los versos una naturaleza congruente. En el hablante verbal de Ángel Manuel Gómez Espada, más allá de las afinidades especulativas entre biografía y escritura, resalta su mirada crítica y su sentido desmitificador de la realidad. Alguien mira por la ventana, pero el porvenir no llega nunca.


  
    

martes, 20 de marzo de 2018

PABLO MACÍAS. OTRA MANERA DE DECIRLO. LA POESÍA DE KARMELO C. IRIBARREN

Otra manera de decirlo
La poesía de Karmelo C. Iribarren
Pablo Macías
Renacimiento, Los Cuatro Vientos, Ensayo
Sevilla, 2018


EFECTOS DE REALIDAD


   La realidad y sus tumultos cotidianos constituyen  el centro de gravedad poético de Karmelo C. Iribarren. Su transitar descubre un poblado escaparate de indagaciones sobre el ser y el estar. Concede al alter ego literario un claro valor de verosimilitud autobiográfica porque revitaliza relaciones entrelazadas entre la caligrafía del verso que da voz al personaje y el devenir existencial. Asume desde el arranque un enfoque personal, con sostenida estructura de tono que converge en un presente de serena afirmación ante el misterio de la identidad y el rastro contradictorio del mundo exterior, tan proclive a la paradoja y la especulación filosófica.
  El ensayo Otra manera de decirlo es el primer enfoque crítico de Pablo Macías (Arcos de la Frontera, 1979), profesor de Lengua y Literatura. Pretende responder a las cuestiones esenciales que propicia el taller de Karmelo C. Iribarren. En suma, es una búsqueda de su fondo literario en el mudable paisaje de la poesía contemporánea intersecular, tan fragmentado en catalogaciones de urgencia y tan proclive a difuminar los rasgos individuales en fotos de grupo.
  El poeta pertenece a esos creadores que hacen suyo el conocido aserto de Eloy Sánchez Rosillo: “Yo no tengo teorías, tengo poemas”. De ese dictum lapidario arranca el estudio crítico de Pablo Macías. El ensayista sabe que la hermenéutica y la ontología justificatoria están dentro y que los versos no requieren paráfrasis en prosa para abrir ventanas de empatía. Vaya por delante también que la crítica es un desbroce aclaratorio que en nada afecta a la calidad de la poesía y que resulta especialmente útil para moverse en el poblado callejero de contemporáneos.
  Una obviedad: el rótulo de una calle define el punto exacto donde está. Del mismo modo, los conceptos aplicados a la poesía de Karmelo C. Iribarren: realismo intimista, poesía urbana, minimalismo o neorrealismo son enfoques que visten la talla del poeta, sin más efectos secundarios, que avisar como luces de situación. Esta digresión no esconde, sin embargo, que haya marbetes estridentes, más inventados para sembrar alborotos, polémicas y titulares que para contribuir al pie de página del didactismo crítico.
  Pablo Macías explora el contexto histórico de los años noventa, cronología donde nace el fluir de Karmelo C. Iribarren y recuerda las calas reseñables de un periodo marcado por la poesía de la experiencia o poesía figurativa que ya ha sido estudiada, con enfoques divergentes, por abundantes investigadores. De nuevo, se alude a la imprecisión terminológica. Es un hecho indeclinable porque los conceptos mentales son construcciones subjetivas, en las que se afianzan la experiencia cultural, el aporte biográfico y la inmersión en sustratos contingentes. Desde 1993, con el cuaderno Bares y noches, Karmelo C. Iribarren se incorpora al rostro plural del fin de siglo  y dispersa aportes en las páginas de la revista Lúnula, publicación del Ateneo Obrero de Gijón. No tarda en amanecer su libro germinal, La condición urbana, y poco después Serie B y Desde el fondo de la barra, entregas que propician el encasillamiento en el marbete “Realismo sucio”, con dos magisterios esenciales, aunque no úncios: Raymond Carver y los poetas del Medio siglo. El discurrir de la etiqueta también propicia acotaciones reflexivas de Pablo Macías que abren la puerta a una de las características básicas de esta voz: la máscara autobiográfica. El ensayista incide en el diálogo entre sujeto empírico y contrafigura ficcional. El efecto de realidad admite desdoblamientos, imposturas y proyecciones, pero es evidente que la entidad de la máscara corresponde a quien la moldea porque conecta con la emanación interior que le da impulso, a través de la transparencia referencial. Son títulos que cierran la etapa de autoafirmación en la que se hace el personaje protagonista. Así lo entiende también Pablo Macías que abre con La frontera y otros poemas un nuevo enfoque. En él, la observación depara un gran ángulo para enunciar las características relacionales del entorno, un escenario definido como  “una presencia casi física que absorbe las tribulaciones emocionales del personaje”. El espacio físico, como sondeo de impresiones y estados de ánimo, justifica este acierto en Diario de K.: “Yo soy una persona más bien sedentaria, de un sedentarismo paradójico, que se deja trasladar”. De este modo, los poemas propician una observación omnisciente que aglutina actitudes diversas, y desvía el intimismo del verso hacia una latitud exterior.
  Con pasional impulso por la exactitud, Macías propone un deambular evolutivo en tres etapas definidas por la construcción del personaje, la observación trascendente del entorno y la disolución del personaje en dicho entorno. El crítico discrepa de los que han catalogado esta travesía creadora como una unidad coherente –es mi caso, también- que reitera temas, tonos y enfoques. La coherencia de un autor no significa que sus poemas se mimeticen entre sí sino que prolongan tratamientos semánticos o formales; en Karmelo C. Iribarren hay constantes que indican un trayecto sin fracturas: el tejido sentimental de los poemas, la voz confesional, la ciudad como marco o escenario habitual, la percepción de lo social lastrado por un otro individualista y ajeno, la rutinaria faz desapacible de lo laboral…    No son enfoques de trinchera sino formas de decir que subrayan matices. Es evidente el cambio del sujeto: el hablante lírico ejerce un papel activo de los primeros libros que enuncia acciones propias en el poema, mientras que en los recorridos más recientes prefiere un estar reflexivo y observador, como si vislumbrara no la escena que presencia sino la estela interior que lo percibido deja en su pensamiento emocional. Esas dos caras del sujeto comparten, sin embargo, una actitud antiheroica, un estar en un marco que convierte la extrañeza en impulso predominante de lo emocional. Y es también continuista la manera de decirlo con poemas minimalistas, que buscan su eficacia especular en el decir aforístico.
   El crítico segmenta un tercer trecho entre 2013 y 2017, denominado “La disolución del personaje en el entorno”. Es un recorte atinado. Se alude a la filiación en un discurso reflexivo en torno “al indescifrable misterio cotidiano de ser y de estar en el mundo”. Los poemas aumentan la interiorización, más allá de un afán contemplativo, ahora casi convertido en experiencia cognitiva e iniciática. Esta reflexión se va haciendo con el paso del tiempo más crepuscular porque incorpora en los desarrollos temáticos núcleos nuevos como la erosión del discurrir o la presencia de la última costa en la existencia.
   Otra manera de decirlo es un valioso aporte crítico, una fiesta intelectiva. Supone un análisis profundo en la creación de Karmelo C. Iribarren. Activa enfoques que contextualizan la poesía del escritor vasco y el ensamblaje textual de su experiencia autobiográfica. Demuestra una vez más que el vuelo imaginativo de la buena poesía nunca camina solo y mantiene una estrecha colaboración con el crítico.





          



lunes, 19 de marzo de 2018

EN EL DÍA DEL PADRE

Aquel banco vacío
(Rivas, 2018)
Fotografía de
Adela Sánchez Santana



Recuerdo de mi padre


Mi padre ponderaba la eficacia
como un tesoro extraño y valiosísimo,
escondido en el vientre de la tierra.
Solía levantarse muy temprano,
con el tic-tac grabado en la memoria,
y dilataba oscuro una jornada
que concluía laso y taciturno.
Era su empeño inmune al frío o la canícula.
Por él estuve interno tantos años
con la sola misión de hacerme un hombre.
(Entendamos, un hombre de provecho,
un atinado buscador de logros ).
Mas el esfuerzo no valió la pena.
Él no tiene conciencia del fracaso.
Descubrió en la derrota
una patria feliz, compensatoria.

     (De la antología Pulsaciones)





domingo, 18 de marzo de 2018

AGUSTÍN PORRAS ESTRADA. SEMBLANZA PERSONAL

Agustín Porras Estrada
 (Antequera, Málaga, 1957)
Fotografía del periódico
Noticias de Cuenca


SEMBLANZA PERSONAL


Cómo hablar de revistas literarias sin citar el nombre de Agustín Porras Estrada. Hace un instante –la cronología real es un espacio maleable- me entregaba el primer número de la revista en papel Oropeles y guiñapos (Nº 1, año 1, Madrid- febrero, 2018). El diseño, que tiene el tacto amarillo de aquellos periódicos de principios de siglo, es sugerente, aunque el nombre me suena a chirigota gaditana de carnaval. Agustín se ha reído, sin decirme que el marbete procede de la “Introducción sinfónica”, aquel pórtico del Libro de los gorriones, obra que no pasaría de ser un espejismo en el quehacer del romántico. Que Agustín haya recurrido a un referente cultural como Gustavo Adolfo Bécquer no me sorprende. Como Pascual Izquierdo, es un becqueriano convicto y confeso, con aproximaciones al romántico repletas de lucidez y didactismo. Ahí están las páginas biográficas de Gustavo Adolfo Bécquer (2006), el romance La mosca becqueriana (2009), Nuevas rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (2010 y alguna entrega posterior. Son páginas que conceden a su perfil literario bifurcaciones entre el ensayo y la poesía.
Tampoco es singular que haya creado, con su incansable grupo de amigos, una nueva revista. Es una faceta personal que ha ido sumando a lo largo de los últimos cuarenta años cabeceras como Acera, La Corná, Poesía por ejemplo, La primera piedra , El invisible anillo y El alambique. Son activos que han contribuido a la difusión de la literatura contemporánea y a su pluralismo creador de manera ejemplar. En ellos duermen los nombres más representativos de grupos, idearios y estéticas, pero también brotes desconocidos que empezaban a germinar con las ilusiones intactas del primer libro, o de los tanteos dubitativos de las hechuras en prosa.
De este recorrido por el pasado de un revistero que no ha perdido la ilusión, pese a la atonía de las publicaciones en papel, asustadas por la trinchera digital, nace su enclave más cercano, Oropeles y guiñapos. Es una revista de poetas que irrumpe con un sumario alborotado y bullicioso. En él están los pasos de Dionisio Cañas, Carlos Castán, Luis Alberto de Cuenca, Ángel Guinda, Luis Martínez de Merlo, Manuel Neila, Mercedes Escolano, Dionisia García o Luis Valdesueiro… Una excelente panorámica heterogénea que nunca pierde la magia ni el destello creador, la ilusión construida; esa respiración pautada  que expande lo real con nuevas caligrafías.
Hace unos días tuve la ocasión de dar un abrazo al poeta revistero en el crepúsculo invernal de Moncloa. Lo hago de nuevo aquí, tras el recinto frío del teclado, convencido  de que sin el aliento de gente como Agustín y el azul abierto de su trabajo la literatura contemporánea sería mucho más pobre, más callada, más páramo.







sábado, 17 de marzo de 2018

CON VOZ DE LLUVIA

Con voz de lluvia




NUBES

La lluvia recurrente
conforma una viñeta melancólica
que cela ventanucos y portones
y justifica ociosas voluntades.
Inquisitivas sábanas me cubren
de tedio y soledad.
Empujan los desvelos hacia el alba.
Rememorar es grato
si la secuencia informa
que no somos estelas todavía,
una colmada sucesión de fraudes.
Al cuerpo que interroga
dicta el tiempo agresivo
preceptos irritables.
La vigilia se quiebra mientras miro
un rebaño de nubes
donde nunca rozamos.

     (De La noche en blanco, DVD, Barcelona, 2006)




jueves, 15 de marzo de 2018

JESÚS MONTIEL. NOTAS A PIE DE INSTANTE

Notas a pie de instante
Jesús Montiel
Esdrújula Ediciones
Granada, 2018



MIRAR ACTIVO


  La poesía de Jesús Montiel (Granada, 1984) protagoniza una de las estelas más reconocidas de la generación digital. Así lo constatan los reconocimientos que jalonan su vinculación con la escritura. En 2011 ganó el Premio Nacional de Poesía Universidad Complutense con la amanecida integrada en el libro Placer adámico. Al año siguiente consigue con Díptico otoñal el Leopoldo de Luis, en 2013 recibe el Alegría por Insectorio, que integra su voz en el catálogo de Rialp, y en 2016 será el Premio Hiperión el que subraye su salida Memoria del pájaro. Son estaciones caracterizadas por una interpretación personal del taller formal y del tejido emotivo del poema; aportan signos a un espacio creador bifurcado por la traducción, el relato y la prosa miscelánea de Notas a pie de instante.
   Antes de abordar Notas a pie de instante es necesario reflexionar sobre el gusto impulsivo de la escritura por interpretar las construcciones cotidianas que el paisaje cambiante de la realidad oferta a nuestras emociones y pensamientos. Los textos se convierten en puntos de cruce entre ambos, aspiran a detectar la simbología cobijada en lo fugaz o se hacen voz de aquellos interrogantes que rescata la experiencia existencial.
   El nuevo título de Jesús Montiel reivindica la retina individual subjetiva, dispuesta a explorar el entorno que envuelve y asedia. Enfoca repliegues personales cuyos trazos se diluyen entre contraluces. Contiene un pórtico de Juan Gracia Armendáriz que aloja una meditada lección. Define el trazo escritural como “una invitación al asombro. Esa predisposición del ánimo que Platón situaba en el paso que precede al conocimiento”. Es un enunciado popular porque aparece al comienzo de la Metafísica de Aristóteles. Define el impuso que saca al pensamiento de la quietud para transitar por la geografía de lo real a la luz de la razón natural.
   El mirar activo de Jesús Montiel recurre a una estrategia formal difusa. Cuando un escritor toma la palabra es instintiva la catalogación genérica para abordar su lectura. La poesía requiere meditación y tiempo, aguzar el oído al ritmo y a la respiración de los versos; el aforismo restalla, es un relámpago de hiere la pupila; la prosa narrativa permite el paso tranquilo del avance argumental. Notas a pie de instante arranca como un dietario impresionista. Recurre al recuerdo para abordar lejanas secuencias vitales y su cristalización en el tiempo. Pero de inmediato establece una convivencia con la concisión aforística y la idea lírica juanramoniana: “Las primeras ramas que trepé fueron los brazos de mi madre”.
  La frase “El pasado vaga perdido por la ciudad del presente, sin saber que ya ha sucedido”, retorna al camino natural de lo autobiográfico. Existir concita alrededor elementos interiores y exteriores. Los primeros zarandean el verbo evocativo, hacen del tránsito un retorno en el que se gestan las raíces del ahora. Los elementos externos establecen con el cronista una relación afectiva o circunstancial que formula un diálogo abierto. La escritura muda en escaparate y coartada: “No para escaparme con la realidad: escribir para que la realidad no se me escape”.
   Quien soporta la clemencia del tiempo se ve a sí mismo asomado a la ventana de la escritura, busca entender que el devenir es un concepto relativo y cierra los ojos para descubrir donde se enlazan el pasado y el hoy. Después caligrafía con perseverancia algún fragmento, con el lenguaje evocador de los que tratan de mirar esos puntos que guardan en silencio más preguntas.





miércoles, 14 de marzo de 2018

HABITACIÓN CON VISTAS

Vistas 



HABITACIÓN CON VISTAS


Para Celsi Vera,
que pone en cada ventana un paisaje con sol.   


El egoísmo hace del yo apócope del nosotros. 



Tiene una memoria prodigiosa, capaz de hacer real una mentira.


 En el trasfondo del azar dormita un orden secreto, una simetría que pauta planteamiento, nudo y desenlace.


 La autobiografía convierte a otro en protagonista.


 Los minimalistas dogmáticos pueden confundir un haiku con un cantar de gesta.


 Los cementerios de coches abundan del retorcimiento manierista.


 El agónico vocacional tiene una visión cabizbaja de la realidad inmediata.


 Aforismo, un zumbido de avispas.


(De la antología Concisos)
.

lunes, 12 de marzo de 2018

ARTURO GUTIÉRREZ PLAZA. CUIDADOS INTENSIVOS

Cuidados intensivos
Arturo Gutiérrez Plaza
Ediciones Lugar Común, Lancini
Caracas, 2014


CUIDADOS INTENSIVOS

  En el inicio de Cuidados intensivos se agrupan citas de Enrique Lihn, Seamus Heaney, Wislawa Szimborska y Czeslaw Milosz, como si el aserto coloquial del título, sugeridor de motivos confesionales, se arropara en el abrazo de una tradición diversa que permite caminar entre una soledad acompañada. Arturo Gutiérrez Plaza (Caracas, 1962), poeta, ensayista y profesor universitario, ha protagonizado un amplio quehacer literario. Sus propuestas líricas arrancan en los años noventa con Al margen de las hojas (Monte Ávila, 1991). Aquella entrega abría puertas a una etapa anclada en la memoria vital y en las difusas fronteras del pensamiento evocativo, pero también en el sondeo cómplice de una biblioteca cercana que aposenta compañeros atemporales. Ya en el umbral de la década retorna a la poesía con De espaldas al río (1999) y prosigue con Principios de contabilidad (2000), Pasado en limpio (2006) y la obra que ahora nos ocupa, Cuidados intensivos (2014). Son libros que permite explorar la continuidad en el tiempo de una mirada lírica sin fracturas en su discurrir y sin cambios bruscos en la consolidación de un espacio reconocido con espaldarazos como el Premio de Poesía Mariano Picón Salas, el Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz y el Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana.
  Al indagar el legado de Arturo Gutiérrez Plaza se percibe en el orden cronológico un venero argumental que aglutina el desconcierto del sujeto al habilitar pactos imposibles con la realidad, la derrota de los sueños, la renuncia a la inocencia o la soledad de un protagonista que se vislumbra a sí mismo sometido a un ventisquero desapacible. Existir es erosión y pérdida.
  En Cuidados intensivos se despliega con lucidez un sondeo en los espacios interiores de la identidad que aglutina siete secciones. En la primera, “Antesala sin diván” la voz poética nunca pierde de vista el desgaste cotidiano; no hay grandeza épica sino asunción de un fracaso que requiere la terquedad de una leve ironía para huir del patetismo, con esa distancia objetiva que propicia la madurez que aprende a convivir con el roce de los recuerdos.
   Cuando el ahora se convierte en marco temporal se confirma su estar desangelado; su discurrir deja el cauce de un tiempo de pérdidas que convulsiona profundamente la dermis del hablante. Se percibe en composiciones como “Urgido en ti”, una elegía que medita sobre la oscura despedida que propicia el silencio final. Excluida la complacencia en la espera cotidiana, la melancolía deja oír su voz apaciguada en una caligrafía de recuerdos como los acogidos en los apartados “Anotaciones de invierno” y “Postales del Midwest” que se convierten en “efímeros testimonios de una vaga intimidad”, pero también en un enunciativo retrato del contexto americano que en algunos momentos recuerda a la plástica de Hooper o a los concisos poemas inquietantes de Raimond Carver.
   El conjunto poético “Obreros en la vía” añade una mirada social, hecha con los trazos asimétricos que marcan nuestro tiempo. En el escenario poliforme de México el poema “Renuncien a defender las buenas costumbres” contiene de forma casi literal las respuestas del narco Marcola, uno de los jefes de los cárteles del narcotráfico que legitima su oficio entre la miseria periférica de la urbe, la migración, el control territorial de las bandas ante la ineficacia del poder político y la ausencia completa de cualquier rastro de conciencia: “Renuncien a defender las buenas costumbres. / Estamos en el centro de lo insoluble. / Como dijo el divino Dante: “Pierdan las esperanzas, estamos en el infierno”. La emulación de la prepotencia verbal del hablante refuerza una opinión trasgresora, un enfoque que asienta el alcance de lo paródico. Otra composición, “Paseo de la Reforma” concede al hilo narrativo una ubicación concreta al mencionar la avenida más importante y emblemática de Ciudad de México, centro de celebraciones, hechos históricos, manifestaciones populares y actividades cívicas.
  La coherencia temática de ese apartado convierte a la urbe en ubicación espacial. Los poemas contienen diversos elementos plásticos y resaltan impresiones en las que domina el sentido crítico. Otra vez la ciudad se hace lugar desapacible, adquiere el sentido de sitio germinal del desamparo. Véase, por ejemplo, “Los secretos vicios de Tenochtitlán”, donde los secundarios que pueblan el poema semejan identidades acuosas. Como si reiterase el retorno de Ulises a Ítaca y su síndrome del viajero continuo, los versos acogen el impacto emocional de la extrañeza, tan bien reflejado en “El extranjero”; cada sujeto es un ciudadano común de trazos indescifrables, incapaz de adaptarse al entorno.
  En “Confesionario” se agrupan las composiciones que refrendan el amor como un pacto de solitarios. Da igual si la otra identidad es una forma imaginada en la espesura del sueño, o una piel habitable que cruza las aceras del deseo; la voz del sujeto encuentro en sí una implosión sentimental capaz de argumentar sentidos en el afán diario.
   La disposición temática del poemario convierte al tramo “Anteversus” en un apartado metaliterario que inquiere las razones del poema. Pero lo poético no se percibe desde el mirador hermenéutico de la teoría conceptual sino desde una voluntad cercana, empeñada en cobijar en el poema el paso consciente de la realidad, “esa trama de instantes indispuestos al olvido”, una red de palabras empeñadas en descifrar los misterios del yo para explicar el mundo.
  En los textos de “Abrevadero” se respira un aire aforístico. Los poemas en prosa se resuelven como mínimos islotes en los que dialogan lírica y filosofía: “La escritura no es anterior a las palabras, no obstante siempre estuvo en su interior, esperando germinar”. El poema en prosa se acerca a la máxima, busca en lo mínimo destellos en los que vibran juntos el pensamiento y la emoción: “Aprender a escuchar el silencio. No hacer silencio sin escuchar”.
  Al abordar el cierre del poemario se evidencian dos aspectos que mantienen una rigurosa coherencia con la escritura de Cuidados intensivos: unas breves notas en las que se comentan los pormenores que estuvieron en el germen de algunas composiciones y el epílogo crítico de Miguel Gómez, junto a una posdata de Arturo Gutiérrez Plaza. 
  Subjetiva y existencial, la voz lírica de Cuidados intensivos aborda un despliegue de opciones en el que se entrelazan el paso autobiográfico del sujeto y la dimensión social de la actualidad histórica. Nace así una poesía de dicción coloquial, una meditación lúcida que profundiza en los espesos enigmas de siempre: el amor, el tiempo, el lenguaje y la muerte, esas estaciones que jalonan el deambular hacia la atardecida.




        

domingo, 11 de marzo de 2018

EL SUEÑO DE LA SECUOYA

Simetrías visuales


EL SUEÑO DE LA SECUOYA

  Ya despierto, espera unos minutos para abrir los ojos. Esta noche, en la minuciosa paciencia de su sueño ha crecido en el jardín una secuoya. Se despereza de inmediato y sale alborozado a la terraza. Allí parpadea con sorpresa emotiva. La enorme arquitectura vegetal impone; su sombra recubre casi toda la casa. Se demora en su contemplación. Da un par de vueltas al imponente tronco, admira la corteza…Poco después escucha el ruido de un pensamiento práctico: tal vez sea mejor que la próxima noche sueñe con arbustos.

(De Cuentos diminutos)                        



sábado, 10 de marzo de 2018

CONTRA EL TIEMPO

Pasos de agua


CONTRA EL TIEMPO

                   Para Marta Núñez Delegido,
                  con pasos de agua 


Yo de niño tenía
la seriedad de luto de unas gafas de concha
y el flequillo uniforme
de un martes laborable.
Ya crecían en mí
anudadas raíces cuya savia era tinta.

El tiempo con sus dedos de catástrofe
oxidó aquel aspecto.
Pero bajo la piel desangelada
del ahora en ocaso
sigue firme
aquel destello frágil
que anticipa el incendio;
la mirada del niño
que nunca abonaría el triste precio
de perder la inocencia.


     (De Pulsaciones)




viernes, 9 de marzo de 2018

PENÉLOPE Y LOS PRETENDIENTES

Ulises y los pretendientes
Bronce de
Fyodor Petrovich Tolstoy (1783-1873)


PENÉLOPE

Antes de que la rosa de los vientos
desperdigara por la lejanía
treinta y dos direcciones,
respirabas el afán de Penélope,
ese tejer paciente que adivina
cuándo se cumple el tiempo de regreso,
la destreza de Ulises con el arco,
la roja espera de los pretendientes.

               (De Pulsaciones, 2017)



miércoles, 7 de marzo de 2018

ANDER MAYORA. EL PÁRAMO

El páramo
Ander Mayora
Ediciones Trea, Aforismos
Gijón, Asturias, 2018


EL CAZADOR DE INSTANTES


   En las últimas generaciones literarias hay una profusa confianza en la sustancia mínima del aforismo. Con pasmosa facilidad, lo conciso va sumando nuevos practicantes que añaden al género una sensibilidad renacida y ecléctica, como si el molde admitiera en su cultivo enfoques polisémicos. Ander Mayora (Éibar, Guipúzcoa, 1978)  publicó en 2015 su primera entrega, La clemencia del tiempo, una miscelánea de fragmentos reflexivos prologada por Enrique García-Máiquez. Con similar textura presenta un segundo paso, El páramo.
  La nota biográfica del escritor es mínima, pero aporta un detalle que le concede una entidad nómada. Ander Mayora ha vivido en la India, Mozambique y Londres, aunque actualmente reside en San Sebastián. Así que parece natural el sentido orgánico de esta entrega; organiza los textos en doce jornadas, como si fuesen tramos de un itinerario cognitivo. Refrendando a Cavafis, Ítaca es siempre el camino y casi nunca la estación final.
  El páramo está exento de elementos paratextuales orientadores; no hay prólogo ni se han dispersado entre los blancos las consabidas citas denotativas de afinidades y lejanos magisterios. Nos adentramos en los contenidos sin más brújula que la autonomía de cada viruta de taller. En la sección de inicio es reseñable el carácter lírico de los primeros aforismos: “Aficionado al pastoreo, doy de comer a las ideas mediante la alfalfa de mis garabatos mentales. De cuando en cuando, las saco a pasear por el prado de las hojas en blanco”; “Al dotar de espíritu al mundo, izamos el puente vertical que nos salva del naufragio”. El despliegue de imágenes se apacigua en otros textos donde esa sensibilidad lírica recaba en la pincelada meditativa: “La ausencia de sistema es una buena excusa para la filosofía del improperio. Insultar no necesita de argumentos”.
  Hay aforismos que nacen desde la mirada interior; son frutos que encierran la pulpa del hablante con su dermis sensible y sus emociones; un puerto de llegada del pensar interno del sujeto es la dimensión espiritual del yo. Abundan los aforismos que aluden al sentido trascendente de la existencia; pero también los que argumentan respuestas en la mano abierta de la filosofía: “Habitamos el centro cuando damos con un sentido, lo asumimos y lo vivimos. Cuando nos abandone, no seremos sino triste y huérfana materia”; “Basta con descifrarnos para descifrar el mundo”. Otros prefieren percibir las aceras de lo cotidiano y el campo abierto de la realidad; en estos, el verbo paremiológico trasciende lo individual para adquirir un sentido ético que habla de la sociedad contemporánea, de los desajustes generacionales o de ese estado de posverdad en el que dogmas y creencias han adquirido una apariencia maleable y superficial. Veamos algunos ejemplos: “La costumbre reciente de abrir cuentas corrientes a los recién nacidos es el bautizo laico de nuestro tiempo, el acto propicio para los augurios de una existencia recién estrenada”.
  La palabra contenida del aforismo convierte al pensamiento en un espacio de conocimiento y búsqueda, aun sabiendo que “el fragmento es el lenguaje de aquel que escasamente puede hablar”. Los asuntos varían, implicados en un nomadismo continuo que deambula entre la intimidad y la experiencia para convertir al escritor, entre el silencio de las cosas, en un cazador de instantes, en alguien que mira la realidad para conocer un sentido apenas descifrable en el cansado discurrir de lo diario. Tal actitud confiere una identidad: “Ni apocalíptico ni integrado. Sino simple contemplativo”. Vivir es una invitación al silencio: “La edad, el discurrir de los años, es un arduo camino a la mudez”.
   Los aforismos de Ander Mayora semejan teselas de una construcción sólida en la que habitan dudas e incertidumbres  del estar, la cartografía de un inevitable desencanto.



martes, 6 de marzo de 2018

TAPIZ DE ARENA

Pisadas
Fotografía de
Adela Sánchez Santana



TAPIZ DE ARENA

Nada tiene sentido pues el gozo
está en el mismo gozo y no en su idea

FERNANDO PESSOA

Soy tan raro que para reconocerme mi conciencia me pide el DNI.

Hay relaciones personales que tienen la duración de un aforismo y menos contenido.

En la madurez los sentimientos exigen estructuras elaboradas, escenarios con luz natural y narradores distanciados, como pájaros inadvertidos sobre un tapiz de arena.

Se quedó solo. Ahora recupera minerales en la galería de los desafectos.

El pudor convierte a la confidencia en un movimiento de ajedrez.

Presencias como reglas ortográficas; compañeros de viaje que son comas, puntos finales y puntos suspensivos.

Quemó todas las naves. Mientras duró el incendio percibió su calor.

Un presente incierto. Pienso en la escritura en zapatillas y sin afeitar; sólo mis gafas mantienen una pose aceptable.

La voluntad del cínico prefiere ideologías de alquiler.

Futuro; esa aspirina diluida en el agua fresca del fracaso.

Para hablar de ti, empleo un silencio en cursiva.

Andar extraviado tanto tiempo me deja ante tu puerta. Llamo al timbre. Espero.

(Selección propia)






lunes, 5 de marzo de 2018

EL CHARCO

Reflejos


EL CHARCO

   Mientras paseaba despacio bajo el paraguas, recordó. De niña buscaba charcos para saltar sobre su transparencia. En la piel reseca, floreció una sonrisa. Siguió caminando y vislumbró un extraño círculo de agua en medio de la calle. No lo dudó. Plegó el luto del paraguas, lo dejó dormir unos minutos sobre la acera y ensayó un primer salto, y otro y otro, antes de que le faltara el aliento… Con las punzadas de humedad saturando el vestido se sintió renacida.
   Recogió el paraguas y ya no lo abrió. En la tarea del regreso, imaginó cómo justificaría ante el personal del geriátrico la ropa y sus zapatos mojados. Daba igual si no hallaba una excusa. De niña, también creía en el final feliz.

(De Cuentos diminutos)  



sábado, 3 de marzo de 2018

ISMAEL ALONSO. LAS VOCES DEL PÁRAMO

Las voces del páramo
Ismael Alonso
Bohodón Ediciones
Madrid, 2018


EVOCACIONES
  
  La presencia literaria de Ismael Alonso (Fuente el Olmo de Íscar, Segovia, 1974) integra producción ficcional, poesía y colaboraciones en prensa, completando su perfil con publicaciones didácticas en las que vuelca su experiencia docente. Su recorrido comienza en 2010, tras la aparición de la novela Algún día, que tiene continuidad en las entregas La hija de la lluvia, Tierra eres, Devuélveme la muerte y el poemario De la luz y otras ausencias.
 En el primer tramo de 2018 retorna a la prosa con Las voces del páramo, una novela en cuyo arranque se oye la voz de un protagonista directo que, en forma de crónica epistolar, deshilvana un poblado soliloquio donde aflora la caligrafía de la propia intimidad. Los recuerdos reconcilian espesura imaginaria y clarividencia, como si el pretérito necesitase enriquecerse con contingencias añadidas que justifican el ambiguo papel del narrador. En el transcurso de la exposición los detalles cambian, mudan el paso y dejan pormenores que necesitan la inteligencia activa del lector o trazan nuevos itinerarios. La existencia, al cabo, se convierte en recreación libre, en trama novelística. Así confluyen en las evocaciones, como un magma confuso, o un terreno de sombras  “voces antiguas, rostros desdibujados, hombres, mujeres y niños buenos que quieren con desesperación que los devuelva a la vida, de donde nunca debieron haber salido”.
 La narración sugiere en ocasiones un juego de máscaras que permite adquirir una sensibilidad distinta a la propia. De este modo, el narrador, Tobías Centeno, asimila la presencia paterna, o hace suyas las lejanas vivencias del padre, como si él mismo fuese responsable de una vida bifurcada y extraña; o se transforma en el fogoso escribidor de cartas Orestes Badillo, capaz de convertir la pasión y el deseo en encendida caligrafía.
  Pero el azar siempre juega un papel esencial en lo diario; Orestes acaba gestionando una identidad autónoma que incluso, más allá de su aparición, provoca una suerte de efectos secundarios inexplicables. Cada acera de lo cotidiano se convierte en misterio por desvelar. Poco a poco los figurantes van mostrando su rostro verdadero, como sucede un día con Fausto Barreiro, el jefe de estación siempre a la espera del último tren, ese que simboliza el destino final en el que no existe regreso. También el narrador se ve a sí mismo como una sombra extraña predispuesta a la lejanía y a comenzar de nuevo para encontrarse. El angosto espacio de la rutina deja sitio, más allá de las vías, a una ciudad que sirve de asiento al pasado; abre puertas al contacto solitario con una incertidumbre convertida en hospitalario refugio
 La memoria del yo es una estrategia de resistencia frente a lo temporal. Se aplica en escarbar en el vacío de lo perecedero para rescatar comportamientos y hábitos existenciales. En esa dimensión se interna la prosa ficcional de Ismael Alonso en Las voces del páramo. Sus argumentos entrecruzan travesías de protagonistas y secundarios que alternan realidad y vuelo imaginario; son los latidos contradictorios que ahondan en los misterios del estar, esas íntimas islas buscando la latitud callada de la última costa.




viernes, 2 de marzo de 2018

DECISIONES

Laberinto
Fotografía de
Javier Cabañero Valencia


DECISIONES


Espacio indefinido en que la noche
en un misterio dos misterios une

FERNANDO PESSOA

Ariadna lo recordaba en el silencio de la espera. Un hilo suelto quiso medir su fuerza y abandonó el ojo de la aguja para explorar un espacio indefinido, un laberinto.

(De Cuentos diminutos)